su remoto final es una intuición
que declina en una imagen opaca.
El techo es una tapa de escayola
pintada en azul celeste
con una gran mano de silicona
decaída y amorfa.
Detenerse a releer el proceso de Kafka
fue una adulta insensatez
que acabó ovillándonos en un recodo
pataleando boca arriba
como otros pocos escarabajos.
Definitivo, el angosto pasillo
viró en vertikal línea
y nos colgó frutos constantes
abominando tierra estable,
insistentemente real.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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