martes, 4 de septiembre de 2012

MIGAJAS


Lleva una semana sin comer, lapso en el que apenas ha bebido unas gotas oscuras. Pero aún resiste. Durante las horas del día el calor gobierna; las altísimas temperaturas lo deforman todo. Entonces espera la noche para recorrer el sector inexplorado, desarrollando una búsqueda automática, sin desánimo ni grandes esperanzas. Hay bancos de niebla que se entrecruzan como grupos de espíritus que intercambian sus integrantes. Quizás sean los fantasmas de los habitantes recientemente desaparecidos que intentan una última intervención terrenal. Ve un auto de puertas abiertas. Corre hacia allí, sube y rastrea. Hay migas sobre el asiento, pruebas del absurdo desdén de los humanos. La primera mordida tiene un doble efecto: por una parte regocija, pero por otra actúa como una alarma que hace que del otro lado del vehículo aparezca de inmediato una visita. Se miden. Al parecer no habrá banquete solitario, o tal vez no haya banquete, a secas.
Sin preámbulos, comienzan una feroz lucha por las migajas. Se empujan y embisten con torpeza, con golpes inexpertos. Quedan de lado, rehacen la posición y vuelven a la carga. Chocan de frente y quedan erguidas sobre el tapizado. Sus patas traseras las sostienen en una vertical temblorosa. No saben cómo usar las otras extremidades ni las antenas. Vuelven a su posición natural. Parecen una burla a los tanques del pasado. Después de rescatar una pizca de alimento, ambas bajan por sendos laterales del chasis oxidado y huyen de su enemiga. Por instinto, acaban de dar el primer paso hacia las únicas guerras posibles del futuro.

Fernando Figueras (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 120

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