jueves, 3 de agosto de 2017

SALA DE ESPERA


Cojeando llegó al hospital. No podía doblar la rodilla. Esperaba ser atendido en unos minutos. Pero tras un primer contacto fue mandado a la sala de espera. Allí esperaban más de una veintena de personas. Unas eran enfermas y otras acompañantes. Unas guardaban silencio. Otras charlaban animadamente. Mujeres, hombres, niños, esperando pacientes la llamada para recibir un remedio que aliviara sus males. Todos expuestos a que algún mal virus entrara en sus cuerpos.  Pasó la primera hora observando. Un matrimonio y dos niñas charlaban con una familia que esperaban ser llamados para visitar a su familiar ingresado. Un hijo trataba de que su madre entendiera lo que le decía. Un señor esperaba que lo llamasen para curarle la mano. Los carros y sillas de rueda iban y venían. De vez en cuando por el altavoz sonaba un nombre. Un poco antes de cumplirse la segunda hora una señora se sentó a su lado. Le miró fijamente y le preguntó porqué estaba allí. Le contó que no podía doblar la rodilla. Ella le dijo que eso no era nada que con unas pastillas se le pasaría. Lo suyo sí que era grave. Todos los días después de comer sentía un fuerte dolor en la cabeza y una voz que le hablaba. No conseguía calmarlo con nada. Así que venía a urgencias para ver si le recetaban algo que le quitara el dolor y acallara la voz. Hasta ahora no lo habían conseguido. Solo cuando hablaba con alguien desaparecía el dolor y la voz. Ahora mismo se sentía bien. Su nieta estaba afuera fumándose un cigarro. No le gustaba que hablase con nadie. Pero ella necesitaba hacerlo para que el dolor cediera. Ahora se encontraba bien. Ya no tenía dolor y la voz había cesado. Cuando volviera su nieta se iría a casa. Y no te preocupes que lo tuyo no es importante.
Se abrió la puerta de la sala de espera. Una joven morena, entró. Se dirigió hacia ellos. Esa es mi nieta dijo la señora. ¿A que es guapa? Realmente era una chica hermosa. Disculpó a su abuela. Siempre hacía lo mismo. Le contaba su enfermedad al primero que pillaba. Preguntó a su abuela como estaba y si se podían ir ya a casa. La señora le dio las gracias, se apoyó en el brazo de su nieta y abandonó la sala. Las siguió hasta que desparecieron tras la puerta. Aún tuvo que esperar una hora más para ser atendido. Al final era un simple esguince. En dos o tres días bajaría la hinchazón y cesaría la cojera.

JOSÉ LUIS RUBIO

No hay comentarios:

Publicar un comentario