lunes, 20 de febrero de 2017

UN MAULLIDO RESUENA NÍTIDO EN EL SILENCIO NOCTURNO


Este gato siempre sabe a qué árbol arrimarse. Llegará a visir.
Terenci Moix, El arpista ciego.
El egiptólogo, habituado a los lamentos del vetusto edificio, distingue inmediatamente la llamada de la bestia. Otra vez un gato callejero ha debido de colarse en el edificio. El vigilante se habrá dejado una ventana abierta. “Maledetto micio”. Posa sus gafas sobre el escritorio y, hastiado, abandona los libros. Se dispone a ir en busca del intruso. Naturalmente esas actividades no entran dentro de sus competencias, pero prefiere perder el tiempo en encargarse personalmente que encontrar unos
indiscretos excrementos en el lugar  más inoportuno después. “Se vuoi una cosa fatta bene, falla da te”, repite la frase tantas veces escuchada en boca de su padre.
Apenas le da tiempo a distinguir el bulto con el que tropieza. No obstante percibe el familiar crujido de las vendas acartonadas, y a su nariz llega el aroma de las resinas con las que fue embalsamado. Su mente racional se rebela. Abre la boca en un reproche que la brutal caída dejará en suspenso. Durante el vuelo, el rostro ‒congelado en una última mueca de horror‒ mira hacia atrás y constata que, en efecto, es cierto.
A los pies de la escalera yace el cuerpo del arqueólogo. El cuello,partido, adopta un ángulo imposible.
El cadáver mira fijamente por la ventana, hacia una luna redonda y enorme como la que lo vigilaba desde el cielo en Biban el-Harim.
Una vez la policía abandona el museo, el vigilante recoge la momia del suelo.
“Es una pieza nueva, descubierta por el difunto. Anoche la estaba catalogando. Debió de resbalársele de las manos mientras perdía el equilibrio y caía rodando. Como homenaje póstumo, pasará a sala
inmediatamente”, musita consternado el director.
Los ojos del felino, hierático como en vida, refulgen victoriosos en sus cuencas vacías. Finalmente recobra el protagonismo. Tras verse despojado por los excavadores de los juguetes con los que fue sepultado para que amenizase la eternidad, él, el favorito de la reina y propietario de un vasto harén gatuno, un apreciado semental destinado a dormir, engordar y procrear, aun reducido a mojama, ha
obtenido su venganza.

Salomé Guadalupe Ingelmo (España)
Publicado en la revista Minatura 154

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