domingo, 19 de febrero de 2017

GATOS CLÓNICOS


Los gatos de la señora Cheshire están nuevamente en el balcón. Un par de animalitos de felpa que me
miran con sus metálicos ojos de esmeralda. Se apiñan uno cerca del otro ante la luz del atardecer y me contemplan con su parpadeo sincronizado, muy dispuestos a dar comienzo al ciclo que define su
simulacro de vida. Parpadeo, bostezo, parpadeo y maullido. Luego, un par de pasitos elegantes en el borde, seguido un par de acrobacias con ese encorva y estira tan propio de los gatos. Todo aquello en idéntica armonía. Acontece el acto final con el acicalamiento de su perfecto pelaje dorado.
Las imitaciones clónicas y otras baratijas cibernéticas son lo único capaz de soportar el ambiente
enrarecido del exterior. Como cada tarde, no desisto a la tentación de contemplar aquella danza felina con singular fascinación. Tal vez por un recordatorio de nuestra futilidad humana, por el hastío, por el
transcurso del tiempo: la añoranza de los últimos vestigios de una vida libre fuera de las cápsides, cuando el aire todavía era respirable y el sol se comportaba de forma benévola.
Ahora la vida resulta ser un espectáculo de artificio perpetuo.
Tal vez sea porque me recuerdan que cuando nuestra última colonia se extinga, esos gatos seguirán haciendo la misma danza una y otra vez.

Julieta Moreyra (México)
Publicado en la revista digital Minatura 154

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