No estaba allí. Puertas y ventanas estaban cerradas. No recibiría mi mensaje. Tendría que irme sin verla porque solo disponía de una hora. Llamé a la puerta esperando que me abriera. Esperé unos minutos pero la puerta siguió cerrada. Hoy no la vería. No volvería hasta dentro de dos meses. No podría comunicarle la noticia en persona. Lo haría por teléfono. Antes de marcharme definitivamente decidí intentarlo de nuevo. Llamé y empujé. La puerta se abrió. A tientas avancé. Un fuerte olor a podrido atrajo mi atención. El olfato me guio. A unos pasos hallé un rastro de sangre seca que continuaba más allá de la puerta roja. La abrí. El olor era insoportable. Tres gallinas y dos gatos llenos de gusanos se descomponían en el fregadero y en el suelo. Alguien les cortó el cuello hacía al menos una semana. Éste era el tiempo que la casa estaba deshabitada. Mi mensaje no llegó a sus manos. No sabía que la visitaría hoy. Una vez más nuestros caminos no se encontrarían. Además me preocupaba lo hallado en la cocina. Lo de las gallinas no era raro pero sí lo de los gatos. ¿Por qué degollarlos? Era un acto de un desequilibrado. Eso no me gustaba. Abandoné la casa muy preocupado pensando que ella, tal vez, estuviese en peligro. Yo no podía ayudarla porque ignoraba donde se encontraba en aquellos momentos.
Una semana después en las páginas de sucesos un artículo llamó mi atención: Encuentran el cadáver de una mujer en el fondo de un barranco. Había sido degollada. Las iniciales del nombre de la asesinada coincidían con las de mi amiga.
JOSÉ LUIS RUBIO
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