Esa gota que escurre licenciosa
por el valle del centro de tu espalda,
es migaja de cera en carne viva
donde se explaya el alma.
Discurriendo en un mar, plomo fundido,
deja surcos de pena deshojada
como sal que resbala y pasa hendiendo
desecando tras ella toda calma.
Cando sientas el frío en lo profundo,
cuando rayos traspasen cada alarma,
cuando el sabor se amargue
y los ojos respondan con el agua
al sonar de la voz o al simple roce,
al rasgueo inaudible de guitarra.
Cuando contigo empieces la disputa,
cuando de dentro emerja la batalla
y admitas que por siempre se ha perdido
el resplandor del alba.
Aunque creas marchitos los sarmientos
como hez `que alcantarilla sobrenada,
aunque te sientas miembro de un antaño
evocado en la nada.
Es el dolor solemne y el agobio
que te estruja y te atrapa,
que aleja de tu alcance la alegría
y te aísla, y te mata.
No todo está perdido, fortaleza
del fondo germinada
en la lucha invisible,
con un furor ardiente desatada,
surge y busca aledaños que conduzcan
a la paz anhelada.
Inmaculada Nogueras Montiel
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