martes, 20 de noviembre de 2012

CAMALEÓN


Caminaba cabizbajo. La torrencial lluvia empapaba su viejo y gastado impermeable. Levantó la cabeza al llegar a la esquina. Miró hacia todos lados, las calles estaban desiertas. Entró en el bar. Se sentó junto a una ventana. El reloj en la pared marcaba las 23. Le quedaba todavía una hora de tiempo hasta la medianoche. Patricio Flores había pasado la barrera de los treinta, su trabajo en la sección especial de la policía lo llevaba cada día a transformarse en un personaje diferente. Siempre pasaba desapercibido en cualquier lado. Las investigaciones realizadas habían dado sus frutos, pudiendo poner a disposición de la justicia a jerarcas dedicados al tráfico de mujeres, drogas, juegos prohibidos y falsificación de dinero. Políticos corruptos recibían plata que depositaban en bancos extranjeros bajo nombres falsos. Los fue desenmascarando uno a uno. Tuvo que esconderse repetidas veces, cambiar de nombre. Su jefe era el único que conocía su rostro y paradero. Cuando creía haber fracasado en un intento de capturar a algún sospechoso, encontraba una salida para que la investigación tuviera éxito. Situado frente al bar se encontraba un club nocturno. Había trabajado tres meses como barman, consiguió instalar micrófonos y cámaras, de esa manera se podía grabar y escuchar todo lo que sucedía dentro del local y además se podía observar los rostros de los que noche a noche lo frecuentaban como así también los que entraban por la puerta trasera para no ser vistos. Esperaba impaciente. Su jefe debía llegar. La alerta estaba dada. Los hombres, a la espera de la orden para actuar. Bebió otro café. El cenicero estaba repleto de cigarrillos a medio fumar. Entro una mujer, se miraron, le hizo una seña imperceptible, su jefe había llegado. Se levantó, fue hasta el teléfono público, hablo unos instantes. Al regresar a la mesa, la mujer se había sentado cerca de él. Pidió otro café, la mujer conversaba animadamente por el celular mientras escribía en una agenda de mano. Un trozo de papel se le cayó al piso. Él lo alzo y se lo entregó, hablaron en código. Ambos sabían de qué estaban hablando. Se detuvieron en la puerta dos vehículos, descendieron hombres armados vestidos de negro, sus rostros cubiertos con capuchas. Patricio se levantó, dejó dinero sobre la mesa. La mujer lo siguió instantes después. Sacó el arma de su bolsillo. Penetró en el local junto a las fuerzas del orden. Se escucharon disparos, gritos histéricos, corridas. Minutos después el operativo había terminado. Se acercó a su jefe, hablaron unos instantes. Atravesó el local, desconectó los aparatos que había instalado, serian desarmados luego, salió por la puerta trasera. A los sospechosos se los llevaron detenidos en vehículos policiales. Caminó bajo la copiosa lluvia. Su automóvil se encontraba en un lugar oscuro. Condujo por calles laterales hasta su domicilio. Detuvo el vehículo en el estacionamiento subterráneo, subió hasta el piso que habitaba. Puso la alarma al entrar. Se dirigió al dormitorio. Se sentó frente al espejo. Sus ropas mojadas caían al piso. Se quitó la gorra, la peluca, el largo cabello negro cayó sobre sus hombros. Se saco la máscara de látex que ocultaba sus rasgos femeninos. Se liberó del corsé que oprimían sus pechos. La ducha caliente revivió su cuerpo haciendo desaparecer el frío que había sentido. Patricia Flores hacia diez años que hacia ese trabajo. Su marido había sido también miembro de la brigada. En un operativo fue herido de gravedad, una bala había penetrado en su cerebro. Había perdido por completo la memoria, se encontraba internado en un hospital psiquiátrico. Se acostó, miró el techo por unos instantes, apagó la luz. Pensó en el personaje que tendría que interpretar al día siguiente. El haber estudiado teatro le había ayudado con el maquillaje, las máscaras y el vestuario para caracterizarse. Al cerrar los ojos la imagen de su esposo se le apareció de repente. Se durmió con un “te extraño tanto, amor mío” en los labios. Estaba contenta del éxito obtenido en el operativo, el camaleón había triunfado nuevamente en su tarea.

Samuel Lijovitzky -Argentina-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 53

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