lunes, 17 de septiembre de 2012

TENSIÓN HITCHCOCKNIANA DE “TODO A CIEN”, UNA TARDE DE DOMINGO


Me digné a salir a saludar a las comadres que vienen a visitar los domingos a mi abuela, antes de que comenzasen su pertinente y reñida partida de brisca, del cinquillo, o de ¡qué sé yo qué extraños juegos de cartas…!
Lo hice con la naturalidad del zorro silvestre que va de paso junto a una granja donde sabe que se juega el pellejo, pero que no pierde su dignidad en su sobreactuado papel con pretensiones de disimulo.
El contenido del frigorífico de la cocina me aguardaba y tuve que ralentizar mis pasos…, de modo que me pareció que caminaba a cámara lenta, con objeto de no perder la compostura, como ese pedazo de divo hollywoodiense (o joligudiense, que dirían algunos) que, bajando las escaleras de su cincoestrellado hotel, ante cientos de fotógrafos, mide cada ínfimo movimiento, para evitar hacer el ridículo con una caída inoportuna que hiciese las delicias de sus más acérrimos envidiosos.
Sin embargo, las muy cucas amigas de mi antecesora sanguínea no perdían el más mínimo detalle ‐
como, dicho sea de paso, no cabía esperar que fuese de otra manera, ya que eran marujas avezadas y
entrenadas a lo largo de innumerables e interminables años de cotilleo, despellejamiento verbal y
visual del prójimo, etc.‐, y eran incapaces de permitir que se les escapase el más ínfimo pormenor de
cuanto acontecía socialmente a su alrededor, a pesar, incluso, de sus más que mermadas facultades
sensitivas.
Estaba, pues, perdido, ya que, hiciese lo que hiciese y lo hiciese como lo hiciese, su veredicto distaría
mucho de serme favorable, y tentado estuve de abalanzarme sobre el frigorífico, como un salvaje que no hubiese comido en cinco días, para devorar los restos de tarta de bizcocho y nata, junto a una cerveza barata, y engullirlo todo como un vulgar “analfabestio” de los más oscuros fondos de
“Valdeberzas de Abajo”; pero, en un alarde último de integridad personal, logré sujetar, a duras penas, mis más primarios instintos cavernícolas y conseguí continuar con mi paso a cámara lenta…, como quien pasaba por allí de pura casualidad y sin ningún tipo de propósito definido, como no fuese otro que el de acudir a saludar, cortés y educadamente, a las visitas.
Mientras tanto, Torcuato, el periquito de la vecina de enfrente, que también creo que no se perdía
detalle, observando lo que, de la escena, le permi􀆡a avizorar la puerta entreabierta del balcón, parecía que se reía en mi cara; y a punto estuve de expresar facialmente un saludo entre desafiante y cómplice, dirigido al muy cotilla plumífero.

Andrés Knightwood
Publicado en la revista LetrasTRL 49

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