lunes, 17 de septiembre de 2012

EVITA


(Texto perteneciente a la novela Mariposas Rojas, Mariposas negras, editada en Chile por Ed. Escaparate, colección Rojo y Negro).

Y un pueblo que se llama Los Toldos, allá en el norte de de la provincia de Buenos Aires apareció bajo mi mirada. Como si fuese una maga y viese en una bola de cristal. Y la niña, de piernas flaquitas, como un terito mal alimentado, corría por el campo, iba a la escuela. Sentía el gorgoteo de su estómago con
hambre. Los dedos cuidados, de uñas pintadas, señalando a su madre y a ella: es hija del pecado, la hija de Duarte, pero él no quiere saber nada. Lo bien que hace. Y María Eva era entonces Ibarguren. Y conoció el desprecio. La soledad del diferente. Y seguro hubo lágrimas en su almohada de niña descastada. Y un día soñó con la palabra: Igualdad. Y supo que debería andar otros caminos. Y la
joven de ojos hundidos, afiebrados, y oscuros, llenó una valija de cartón y partió.
Buenos Aires. Sus luces. Las pensiones. Comer salteado. Igualdad, repetía. Y fue actriz. Y nunca se lo perdonaron. Las actrices son putas. Igualdad. Y encontró a aquel hombre que no sabía le estaba abriendo las puertas de la historia. El General Juan Domingo Perón. La llamaba: Negrita. Y la Negrita sembró los sueños atesorados. Igualdad. Para las mujeres. Para los niños. Para los grasitas. Los descamisados. Mis muchachos. Los ancianos. Su pelo se volvió de trigo. Y a veces parecía una
princesa de cuentos. Y las compañeras la seguían. La amaban. Las señoras de cunas de oro, las que tenían apellidos con olor a bosta, esas, esas, le daban vuelta la cara, la llamaban: La Perona. La puta. Y ella sonreía, a su lado estaba el pueblo. Sólo el pueblo salvará al pueblo, dijo y un viento de banderas se hizo eco en los cuatro puntos cardinales de la patria. Y las mujeres ganaron el voto. Y hubo niños felices. Y hospitales. Y escuelas. Y los niños debían conocer el mar y las montañas. Vacaciones obligatorias y algo nuevo que se llamó: aguinaldo. Y jubilación. Y sidra y pan dulce y navidad con juguetes. Cuiden al general, decía, cuiden al general de los traidores, repetía, ya con su rostro lívido. Y soñó con las milicias peronistas. Y de Bruselas, esa ciudad de encajes, trajeron las armas, Y ella ordenó: son para el pueblo. He venido a traer el fuego a la tierra, dijo. Y Quirón, aliado con la Sombra de La Traición la atacó, en una noche de sueño leve. Y la niña de piernitas de tero, se irguió y su voz resonó en la plaza que victoreaba su nombre: estoy impaciente por volver a la lucha. La lucha. La victoria será nuestra. Nuestra. Nuestra. Tendremos que alcanzarla, tarde o temprano. Tendremos que alcanzarla. Alcanzarla Yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la Victoria. La Victoria. Volveré y seré millones. Y será millones. Será millones, Evita, el día que alcancemos la Victoria.
A todos mis compañeros con quienes militamos y soñamos en la La Plata por una Patria Libre ‐Justa‐ Soberana.
A quienes en esa lucha dejarón su vida, y son demasiados los nombres de los que quise más los 30.000

Silvia Loustau
Publicado en la revista LetrasTRL 49

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