viernes, 21 de septiembre de 2012

SENECTUD DEL TIEMPO, REGIÓN TRANSPARENTE


"“Escribir es defender la soledad en que se está”
María Zambrano

El compositor italiano Giacomo Puccini incorporó en las óperas "Turandot" y "Madama Buterfly" melodías chinas. Una caja de música parece ser la causa de la influencia oriental en ciertos pasajes de ambas obras. Si bien el origen de la caja parece hallarse en la propia Europa, concretamente en Suiza, tuvo un periplo viajero que le llevó a Shanghai donde tras ser vendida, regresó al viejo continente. El azar la llevó a la casa del Barón Fassini‐Camossi, en la localidad de Bagni di Lucca. Fue en el año 1920 cuando Puccini escuchó las melodías que contenía.
Uno de los valores primarios de la cultura es la transversalidad. Hay en ella un reconocimiento implícito al propio ser humano y su ámbito de influencia, que consigue estoicamente defenderse del inexorable paso del tiempo y pervivir en el simple y casual desenlace. Como en el caso de Puccini, la coincidencia procuró la confluencia del creador y el motivo de su perspectiva creadora. El conocimiento se abre camino en la confluencia de otros conocimientos. Y si bien nos parece que el tiempo se desliza sin apenas notarse, la prueba irrefutable de su existencia no es otra que la cultura que profesamos. Y que, a pesar de su aparente fragilidad, consigue asir dos mundos tan distantes como complementarios que
forman un tercero, la memoria.
Recuerdo y evoco, con especial veneración, mis días de estudiante de Bachillerato. De entre ellos siempre emerge la sencilla y afable figura de un hombre que dejó en mí su huella. El primer día de clase apareció en el aula con un papel enrollado y un tocadiscos. Se presentó brevemente y, a con􀆟nuación, desplegó el papel sobre el encerado y lo fijó sobre éste. Se trataba de un cartel en blanco y negro. En él tres figuras tras una esquina, de la que sobresalían sus cabezas de perfil, contemplaban una escena que les mantenía absortos. La imagen se centraba en ellos. Un hombrecillo con sombrero de hongo y bigotillo que mientras con una mano agarraba un bastón, posaba la otra sobre el hombro de un niño
de apenas 7 años con pantalón de peto y una gran gorra. A los pies de ambos un chucho de piel blanca y manchas negras reposaba sedente y expectante. La tristeza evadida de sus miradas de hombre, niño y animal unida a un desaliñado atuendo, componían una escena insólita. Nos indicó que sencillamente escribiéramos sobre lo que nos sugería el cartel.
Mientras los alumnos nos mirábamos perplejos ante esta novedosa situación, no advertimos que incorporaba el tocadiscos.
La música que reproducía aquel pequeño aparato nos embargó de silencio. En mi caso me elevó durante un breve pero intenso instante para seguidamente atender a la escritura. De vez en cuando elevaba la cabeza y observaba al profesor, mientras éste recorría las filas de mesas. Parecía ausente, concentrado en aquella experiencia que nos proponía y que él también degustaba. Un fotograma de la película "El chico", de Charles Chaplin y una sosegada, huidiza y deliciosa música clásica, cuya composición se perdió en mi memoria, fue el primer impulso de otros muchos que, en mi caso, propició la admiración y el respeto por este hombre.
Su huella permanece indeleble desde entonces, tras más de 30 años. Siempre me acompañará la sencillez y hondura de sus comentarios, las reflexiones sobre la literatura y la vida, la sensibilidad ante las situaciones diarias, el descubrimiento del flamenco, el gusto por la estética poética de los autores que nos descubría, independientemente de su ideología, la motivación a crear, el estímulo a la interpretación teatral, la recitación, la lectura... y su autoridad moral, proceder honesto y alma sensible.
Resulta paradójico que ciertos pasajes de nuestras vidas no se sustraen de la claridad del momento en que se vivieron, a pesar del tiempo transcurrido. En la senectud del tiempo también reside la región transparente que se rige en la última frontera y único horizonte. Como la melodía de la caja de música de Puccini, nos acompañan hasta el final de nuestros días. Es la intemporalidad de los hechos que fueron y siguen siendo. Él es un habitante de mi geografía emocional que retorna al saludo cotidiano. La aprehensión del hecho fortuito que siendo inconsciente me devuelve lo más valioso, lo menos transitado, la plenitud de un sentimiento que vence al olvido. Sea ésta la memoria honrada por la remembranza de Antonio Carrillo Alonso, mi maestro, mi profesor.

PEDRO LUIS IBÁÑEZ LÉRIDA
Publicado en la revista LetrasTRL 49

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