lunes, 3 de septiembre de 2012

LA GUERRA INTERMINABLE


Todavía recuerdo cuando una guerra podía ser obviada. Cuando el mundo, tímido en su simpleza, se disfrazaba día a día de ser complejo e incomprendido. Igual hacíamos nosotros. Niños que intercambiábamos gustosos inocencia y juventud por falso poder. Vida por muerte. Estúpidos necesarios. Soldados… Conocí a muchos que entendieron la guerra. Pero para mí sigue siendo una desconocida. Jamás encontré belleza en el campo de batalla. Mi espíritu no trascendió bajo el fuego enemigo. Mi vida no cambió por quitar lo que era mío. Viví la guerra. Mate en la guerra. Y cambié en ella. Pero nada más. Entraba, me vaciaba y salía. Y así una y otra vez. Porque nunca acababa. Sólo encontraba otro lugar donde desarrollarse. Y allí la seguíamos. Mandados por hombres distintos que sólo entendían de estadísticas, objetivos y egoísmos. Había días que me preguntaba cómo podíamos hacer lo que hacíamos. Respirar sangre, sudor y pólvora mientras batallábamos largos días sin descanso. Mientras gritábamos hasta quedarnos sin voz pero no sin ganas. Mientras nos convertíamos en monstruos. Entonces todo cambió. La guerra, negocio inagotable, se convirtió en una mala apuesta. Lo perdido no se recuperaba. El vencido no se levantaba. Y el ganador, cansado y receloso, no encontraba entre la muerte en busca de su premio. La paz se tornó en algo necesario para encontrar beneficios. Ese fue su error. Dejar a hombres como yo sin una canción de muerte que tocar. Nos olvidaron. Y éramos demasiados para caber en el olvido. Por eso nos rebelamos. Por eso atacamos. Sin ideología, patria ni bandera. Con la necesidad por razón y religión encajamos un puzzle de hombres desechos y formamos el primer ejército independiente del mundo. Y cuando tuvimos hambre atacamos. Conocíamos al enemigo pues hasta ayer éramos el amigo. Y ganamos. Pero no nos detuvimos. Seguíamos teniendo hambre. Seguíamos queriendo guerra. Y la seguiremos queriendo hasta que la última bandera sea quemada y la última bala disparada. Somos el futuro que ellos construyeron. Una lástima que haya que despertarles antes que el sueño acabe.

David Gambero (España)
Publicado en la revista digital Minatura 120

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