lunes, 3 de septiembre de 2012

GUERRAS INVISIBLES


No soy un agente secreto: soy un artista gubernamental. Me dedico a librar las batallas incómodas que nadie
se atreve a enfrentar. Me seduce el peligro y los desafíos no me asustan. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio y yo, que no me contamine la modestia, soy el mejor. Se decidió acabar con los confidentes en aquel país de nombre impronunciable, con el objetivo de subyugar a una población en declive evidente. Faltos de oyentes voluntarios y/o forzosos, la gente se sentiría desorientada y aceptaría cualquier paquete de medidas destinado a aliviar se sed de empatía. Fueron erradicados los peluqueros, panaderos, vecinos, kiosqueros, estilistas, modistas, psicólogos, secretarias, líneas de atención al consumidor, teléfonos eróticos, entrevistadores, terapeutas, periodistas, psiquiatras, rehabilitadores, telefonistas, masajistas, consultores, entrenadores, porteras, productores, recepcionistas, intérpretes, logopedas, sacerdotes, escoltas, informantes de la policía, clubs de fans, oficinas de empleo, doctores, departamentos de recursos humanos y hombros en los que llorar. La misión se completó de manera sencilla y limpia. El nano virus que introduje en la atmósfera, actuaba sobre el interlocutor de cada persona que emitía un suspiro. La toxina solo funcionaba en su idioma, porque los suspiros se articulan de manera distinta en cada lengua, por extraño que parezca. En poco tiempo la mitad de la población estaba sumida en el caos y la otra mitad permanecía en estado catatónico. Se les prometió un retro-nano virus para desactivar los efectos anti-empáticos generalizados y la gente cedió. Ahora todos son felices en aquel país de nombre impronunciable porque ya no están sujetos al yugo de los cotilleos, chismes, rumores, habladurías o murmuraciones de los demás. Porque todas las guerras, desde ya hace algún tiempo, son invisibles… pero yo no te he contado nada…

Cristina Jurado (España)
Publicado en la revista digital Minatura 120

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