domingo, 2 de septiembre de 2012

LA FUERZA DEL ALMA DESDE EL RÍO


El sonido del agua del río es eterno. Me purifica el alma y limpia las partes dañadas del espíritu.
Las burbujas blancas se disuelven lentamente y en el proceso de su disolución se llevan el dolor al explotar
con él y desaparece.
Corre el agua dibujando olas que se mueven hasta el infinito y que recogen nuestras emociones para renovarlas y sentirnos libres de ser y de volar en la dirección de nuestros sueños.
El sol ilumina a esas burbujas juguetonas que no cesan de formarse en la bajante del río y que me recuerdan la transitoriedad del instante, tan corto y efímero en su decurso.
Transcurre la vida momento a momento y en cada uno de ellos debiéramos permitirle que nos guíe hacia
nuestra creatividad, allí donde reside la sabiduría del alma y de su expresión más amplia y pura.
Vivir es abrirse a nuestra expresión del alma libre, ligera, espontánea y etérica para mostrar gracias a ella
nuestra mayor belleza, esa que reside en la misión de cada uno, esa que fluye libre de entregarse fielmente al
propósito del río de nuestras vidas.
El caudal no cesa de moverse hacia delante allá donde lo empuja el movimiento del momento presente, ese que reina en el río de una vida consciente y atenta.
Nuestra plenitud reside en no dejar que las formas del río nos cautiven y nos atrapen de tal modo que nos
impidan que nos veamos reflejados en su superficie en aquella imagen que realmente nos representa: la de ese alma que vive en el río y que le brinda su aliento de vida. Ese alma que no necesita respuestas, sino que
sabe por intuición. Ese alma que no sufre y que no se agarra, sino que fluye libre por sus aguas. Ese alma que, mansamente, se doblega al ritmo del curso del río porque le ha dicho sí al instante. Ella no se preocupa
porque sabe que el dolor es pasajero, que la alegría es el timón que guía su embarcación en el río y que su
energía creativa irá dirigiendo la aventura río abajo.
Es la misma alma que viene con todos los recursos para ser y para crecer con confianza, determinación y la
valentía de ser uno mismo, libre de la opinión ajena y de los condicionamientos que la ahogan. Ese alma que
sabe escuchar al sabio y reconocer en él al filósofo de la vida, al gran maestro que quizás la multitud ignora.
Ese alma que nos permite ser la singularidad de uno mismo, de ese río cuyas agua nutren la tierra y le otorgan el don de la vida.
Esa misma alma que no actúa desde la carencia, sino desde la riqueza de ser. Ese alma que afronta e integra
los altibajos como su sustento, como algo que la mantiene viva y en contacto con la realidad. Ese alma que se encuentra en el ahora y que le abre los ojos al instante.
Ese alma que nada en la quietud y en movimiento pues se expresa en todo momento y circunstancia. Ese alma que ha venido a transitar en el planeta para sentirse a sí misma y verse reflejada en todo lo demás. Ese alma que ha venido a enriquecerse y a no compadecerse, a crecer y no a estancarse o acomodarse. Ese alma que sabe quien es y que en la vida la mayor bendición es sentirse libre y ligera. Y así es como nace su esencia más pura: en la libertad del ser o la libertad de ser y de existir.
Ese alma que no conoce el miedo sino el empuje para actuar en nombre de su existencia.

María Jesús Verdú Sacases
Publicado en la revista LetrasTRL 46

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