sábado, 22 de septiembre de 2012

CAMINAR, VIVIR TAL VEZ


Me levanto de la cama con la sensación de que me hubiesen dado una paliza durante la noche. Me incorporo como Drácula en su ataúd. Me miro al espejo –entornando los ojos para no deslumbrarme con la luz y mi propia perdida mirada- para intentar reconocerme. Me restriego los ojos, me lavo la cara, mi mamá me mima.

Hay días en los que uno se siente incapaz siquiera de dar un paso (en todos los sentidos que se le quieran dar al término), pero el paso siempre se da. No hay más remedio, más salida que seguir caminando, porque es así, solamente así, como hacemos camino.

Apartarse a un lado, dejar que otros u otras decidan, es renunciar a caminar o, lo que es lo mismo, renunciar a vivir. No hablo de un aislamiento parcial –siempre oportuno, siempre constructivo del yo interior-, sino de ese aislamiento, de esa auto-reclusión en la Torre de Marfil donde nos sentimos tentados, algunas veces, de buscar refugio y abandonar esta lucha que es la vida.

Pero la Torre de Marfil no es ninguna solución sino una excusa. La Torre de Marfil es, en realidad, una tumba, el lugar donde dejar reposar nuestros huesos en la conveniente seguridad de que estamos a salvo: tan a salvo como la tierra muerta, o como las aguas que fluyen mansas hasta el olvido marino.

Caminar. Vivir, soñar tal vez, pero caminar. Sobre todo, caminar.

Francisco J. Segovia -Granada-

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