En la plaza de Arecibo hay un hotel
al que se sube por un estrecho ascensor
ubicado entre dos tiendas por departamento.
Zapatos y carteras y ropa de caballero, creo
y en la otra vitrina
collares y cinturones de neón.
En la plaza de Arecibo hay un hotel.
Subiendo al tercer piso de un edificio de tres pisos
se encuentra un gran salón de altos techos
iluminado por pequeñas bombillas General Electric.
Un hombre muy cansado come arroz y habichuelas
en un “conteiner” de margarina Parkay.
Un hombre cincuentón de manos grasosas y profundas ojeras
comiendo
detrás del mostrador de la oficina de un hotel.
En medio del salón hay unos pocos muebles
de telas desteñidas y ratán verde
y un pequeño televisor.
Unos ancianos llenos de silencio
observan la pantalla producir rascacielos
sirenas de policía
y automóviles computadorizados.
Desde el largo balcón se contempla la plaza
nocturna y vacía
la iglesia esbelta y blanca
y árboles negros.
A lo lejos se esparce
el susurro del mar del norte.
En la plaza de Arecibo hay un hotel
al que se sube por un estrecho ascensor.
En él se paga por adelantado
$21.50 por un doble.
Las ventanas de los cuartos están clausuradas
y un olor a desinfectante barato
satura el aire.
En este hotel de la plaza de Arecibo
colchas polvorientas y desgarradas
altos techos enormes y vacíos
paredes agrietadas y pequeñas bombillas
amé desesperadamente a un hombre
que ya olvidé.
OLGA NOLLA
Publicado en el blog revistaislanegra.fullblog.com.ar
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