Su pecho subía y bajaba lentamente. Le costaba respirar. El pitido penetrante de las máquinas del hospital era todo cuanto podían oír sus oídos. Él, que por sus trabajos de investigación en la universidad había vivido tanto, había viajado a los lugares más recónditos y conocido a los personajes más estrafalarios, estaba ahora atado a una cama porque su cuerpo había decidido dejar de seguir a su espíritu. Y tal vez su cuerpo tuviera razón. Tal vez era el momento de decir adiós… Miró por la ventana y vio que el día estaba nublado, perfecto para una despedida. Cerró los ojos y se dejo ir… Y entonces ocurrió lo inimaginable. Ya no estaba en la cama del hospital, las paredes grises habían desaparecido. Volvía a estar en uno de sus inolvidables viajes, podía diferenciar la gran variedad de verdes, la tremenda diversidad de colores que presentaban los diferentes tipos de flores, incluso podía oír el movimiento de los animales a su alrededor y pensó que si realmente hubiera cielo en ese momento se encontraba en él.
AZAHARA OLMEDA
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