(Fragmento del artículo de 1914 La Abulia del Talento)
Tiene uno que observar cosas bien raras en este desconcertante planeta en que vivimos. Y entre estas cosas raras, ninguna lo es tanto como la frecuencia con que vemos fracasar a los hombres más inteligentes en las más fáciles empresas. Del mismo modo que se puede asegurar que una inteligencia mediana es necesaria para luchar en el combate de la vida con grandes probabilidades de triunfo, parece evidente también que una inteligencia sobresaliente es lo que más rápidamente conduce al fracaso. La peor herencia, pues, que podemos dejar a nuestros hijos es ésa: una grande, una fuerte inteligencia.
Ya sé que esto suena a paradoja, pero, ¿qué profunda verdad habrá en el mundo que no parezca paradoja? Observad atentamente a la vida, buscad cien hombres que hayáis conocido íntimamente lo bastante para juzgar de sus facultades, fijaos luego en sus hechos, y ya veréis, ya veréis cómo los más inteligentes de esos cien hombres se fueron lamentablemente a pique en el mar de la vida, mientras los más ruidosos y redondos triunfos fueron indefectiblemente de las facultades más comunes, más medianas. Claro que hay excepciones, claro que suele ocurrir, de siglo en siglo, que una inteligencia de primer orden suba de un salto al éxito, pero la regla general es ésa: a mayor inteligencia, mayor número de probabilidades de romperse la crisma andando por el mundo.
Yo me he quedado a menudo cabizbajo y triste en la contemplación ideal de este fenómeno, y hoy siento la necesidad irresistible de tratar de él. ¿Por qué? ¡Qué sé yo! Quizás porque me duele algo, porque me llora algo allá en las sombrías catacumbas del alma donde voy enterrando mis muertos anhelos...
El éxito es hijo legítimo de la voluntad, y la voluntad parece, quizás, incompatible con una robusta, sobresaliente mentalidad.
Si hay algo trágico en el mundo es el gesto de superioridad que el hombre de fuerte y personal sello intelectual tiene que sufrirle a todo burro o semiburro cuya voluntad tiesa y acerada le llevó a alguna cumbre social o económica. Allí donde el hombre de genio luchó, sufrió, y no sacó jamás los pies del plato, una medianía cualquiera vino, vio y venció con un golpe o con una serie de recios y sucesivos golpes de su gran voluntad. Y esta tesonera medianía, confundiendo lastimosamente lo que es voluntad con lo que es genio, se infla hasta casi reventar de un necio y petulante orgullo de hombre superior; y hay que verle entonces, junto al verdadero príncipe del talento, prodigando a éste necios reproches y estúpidos consejos. Y mientras más se yergue el mimado del éxito que tuvo voluntad, más se inclina y se abate tristemente ante su necedad victoriosa la noble cabeza cargada de ideas que cruzó por la vida soñando y pensando, y que por pensar y soñar demasiado se quedó rezagado y llegó tarde al banquete del éxito.
Es cierto que, andando el tiempo, en un mañana más o menos remoto, nadie se acordará del victorioso de la voluntad y todos nombrarán con reverencia al rezagado oscuro que perdió el camino porque tuvo talento, pero, ¿es que la visión nebulosa de un lejano e incierto mañana puede reparar, ni siquiera atenuar, el dolor negro de sentirse, no sólo vencido, sino también desconocido y humillado y mancillado, a lo largo de toda una vida? ¿Con qué póstumos fulgores de gloria podemos compensar a Cervantes, no sólo de las hambres sino de los desdenes y ultrajes y humillaciones y suplicios sin nombre que padeció en vida, mientras una legión de hombres sin luz en la cabeza, pero con mucho acero en la forzuda voluntad -los potentados de su tiempo- se hacían a un lado, crispados de desdén o de asco, cuando pasaba él, soñando su Quijote, y, por culpa de ese sueño colosal, fracasado, andrajoso, desgreñado, implorante?
¡Oh la sombría, la muda, la inmensa tragedia de haberse condenado a vida de vencido, precisamente porque se lleva un sol en el cerebro, y porque al fuego de ese sol se derritió el resorte volitivo que nos hace fuertes, porque nos hace máquinas!
¡Y oh la secreta, la íntima, la lírica, la loca voluptuosidad malsana de sentirse rodar hacia la noche del andrajo, del desdén, del hambre, precisamente porque el tumulto de larvas de ideas y de sueños debajo de la frente, nos privó de atender al grotesco tumulto de chillidos de tripas hambrientas detrás del ombligo!
Publicado en el blog nemesiorcanales.blogspot.com
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