A la memoria de Lidia Lobaiza de Rivera
El ángel corondino, con su cesta de
Frutillera partió de ronda, cargada su
Mochila de historias, poemas y alegrías.
El atardecer se tiñó de rojo a su paso,
exhalando inmenso sabor a frutillas.
Un aire simple del Paraná la acunó en su senda.
Los ceibos se inclinaron
respetuosos, buscando en sus desnudas
ramas flores rojas para esa mujer bien amada,
que tanto le cantara
Dormían su hibernación las mariposas…
Despertaron de pronto, sorprendidas.
El ángel frutillero requería su custodia
en remolinos de nieblas y poesías
para llegar al cénit del atardecer sombrío.
Ella pedía trepar a su velero azul,
con sus frutillas rojas, su cabellera oscura,
sus rientes ojos negros, para deleitar la altura,
el espacio en jugos rojizos de últimos poemas
a su Hacedor que la bendijo en tierra
con el don de la Palabra concedida, del asombro
en frutos, en azucares, en amor innumerable
por el río, por el ceibo,
por la tierra pródiga, sus gentes.
Consagrando el cielo con la estrella
roja de su Sino.
NORI BRUNORI-ARGENTINA
Publicado en la revista Estrellas Poéticas 49
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