Los bombarderos ultrasónicos arrasaron las últimas defensas de la ciudad. Después, veintidós divisiones blindadas atómicas avanzaron hasta llegar a la plaza principal, destruyendo todo lo que encontraron a su paso. Decenas de banderas blancas comenzaron a alzarse delante del ejército vencedor. ¡Por fin, la guerra había terminado! Después de diez años de guerra feroz Nueva York había caído, y la victoria era completa. Solo en Asia quedaban algunos reductos que iban siendo tomados pese al valor derrochado por los japoneses. Así rezaban los titulares del video-diario de China y Alemania, aliadas en lo que se había dado en llamar el “IV Reich” y la “Gran Asia”. En la sede del gobierno alemán, un exultante canciller salía al balcón, aclamado por sus paisanos. -¡Camaradas! – gritó ante los micrófonos. La multitud contestó con un triple Heil, Heil, Heil. -¡Camaradas! – Repitió la dirigente teutona - ¡La victoria, por fin, es nuestra! ¡Tras todos estos años hemos conseguido que toda Europa, África y las Américas, formen parte de la gran comunidad pangermana! Nuevamente atronó la plaza con un rugido que amenazaba con destruir lo que aún quedaba en pie del planeta. -Ahora queda reconstruir todo a nuestra imagen y semejanza – añadió la oradora mientras se apartaba un mellón rubio de su cara. Y de nuevo se repitió el triple saludo, pero esta vez con el nombre de la líder alemana acompañándolo: ¡Heil, Merkel! Porque todo había comenzado con un férreo control económico de Europa, perfectamente orquestada por ella, que benefició e impulsó a la nueva Gran Alemania a instaurar su IV Reich en todo el orbe.
Francisco José Segovia Ramos, (España)
Publicado en la revista digital Minatura 120
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