miércoles, 29 de agosto de 2012

AMIGAS


 Carmela es una ruda mujer del sur. Su pelo corto y rizado reposa descuidadamente sobre su cabeza y ya no esconde unas canas, que solo hacen que aumentar la sensación de haber vivido mucho que demuestra el conjunto de su anciano rostro. Su pesado cuerpo se resiente a cada movimiento, las rodillas son su punto débil. Las mismas piernas que le han acompañado y trabajado con ella toda su vida, ahora fallan por el peso de los años.

Amalia es una menuda mujer manchega. Deja ver sus pequeños ojos a través de unas enormes gafas sin las que no podría apreciar las maravillas que se le presentan. Su oscuro cabello corto, siempre con su perfecto arreglo de peluquería, ni un pelo fuera de su sitio, hace que sus arrugas resalten incluso más si es posible en su delicada y blanca cara. Sus labios, resecos y entrecortados emanan poco a poco el aire que se permiten inhalar sus pulmones, cada vez menos cantidad y de forma más difícil.

Las dos amigas se conocen desde hace años. Hoy como cada día, sentadas en un banco de color marfil, ven pasar la vida y comentan lo sucedido en la jornada. Normalmente hablan de los suyos pero hoy ambas tienen algo nuevo que contar. Carmela se ha levantado mucho mejor que de costumbre, nota las piernas como nuevas, como cuando era joven y trabajaba en el campo con su madre. Amalia también está mucho mejor, respira bien, ya no nota que se ahoga, como si sus pulmones, secos desde hace años hubieran vuelto a la vida.

Pasan los días y las amigas casi sin dar importancia a su mejoría física siguen yendo al parque cada tarde. De vez en cuando el sobresalto de una pequeña discusión hace revolotear a las palomas que esperan las migas de pan a sus pies.

Al atardecer hay de repente unos minutos de silencio, mientras ven como el sol se esconde y deja con su ocaso paso a la resplandeciente luna. Sienten estar esperando algo, como una reunión que desean tarde mucho en acontecer.

No obstante ahí están ellas, sentadas en su viejo banco de color marfil mientras continúan riendo con viejos recuerdos, anécdotas y chismes. Su tiempo pasa, pero ya no se contabiliza en días, es solo tiempo y las hojas del calendario siguen cayendo aunque para ellas el día siempre es el mismo.

Pero no pueden hacer más que encogerse de hombros, ya lo sabían cuando llegaron allí, el cielo es así…

AZAHARA OLMEDA

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