Un viernes maldito.
El cielo rojo. Madrugada de lacre.
Rojo fuego, rojo sangre.
Un grito oculto tras los muros
en los que no se atreve a pasar al aire.
Un grito de gargantas rotas,
bocas arrancadas de los labios,
labios de cera que gotean piel a piel
en la plaza donde muere la fe
entre las ascuas de la hoguera.
Seis cruces rojas.
Seis cruces reducidas a astillas.
Y bajo el misterio de esas cruces
el corazón y la ceniza.
Se funden en un solo lamento.
Lamento de seis voces.
Seis latidos y un solo pecho.
Un pecho con seis almas.
Almas convertidas en polvo.
Polvo esparcido por los rincones
en donde se oculta el miedo y la mentira.
bajo el manto de la pureza
El león del odio. Y la paloma de la vergüenza.
En 1307. El cielo teñido de rojo.
Rojo sangre, rojo fuego.
Rojo de infierno en la tierra.
Infierno de cuerpos que se retuercen
bajo el aceite hirviendo y la ardiente brea.
Cuerpos arañados por las garras de la muerte.
Muerte vestida de santidad negra.
Santidad que escupen saliva de agua bendita
en los huesos que yacen
como flores sin pétalos a los pies de las ascuas negras.
Un coro de santos cantan
junto a la pira donde se consumen los esqueletos.
Y en un silencio de sepulcro
las campanas del templo.
Lloran y gimen como un domingo de duelo.
En este viernes maldito.
En el que el cielo pintó su madrugada de rojo.
Rojo lacre. Rojo sangre.
Sangre de santos guerreros. Sangre de mártires del temple.
Viernes 13 marcado a fuego.
Fuego en los corazones y en las pieles.
Viernes maldito. Viernes de afilado llanto.
Llanto que es espada. Espada atravesando los muros
donde se oculta el sagrado enigma
que aquellos seis caballeros con tanto misterio custodiaban.
La flor de lis cerró sus pétalos.
Los abrió el lirio de muerte blanca.
Debora Pol
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