Desde la cruz de aquel enorme altar mayor
veo el gentío que viene con sus ruegos
Y escucho a cada quien su llanto ya cansado,
Compartiendo el dolor de tanto desespero.
Todos vienen a mí, sedientos de un milagro
Y me llaman ¡Señor! recitándome un credo,
Intercambiando luego promesas y algún acto
por algún milagrito que les traiga sosiego.
Por esa fe sencilla no tengo ni un reclamo
y conmueve mi pecho la fe del carbonero,
que nada se cuestiona del haber cotidiano
y, acepta como dogmas, las visiones del ciego.
Me molesta la cárcel, la que llaman sagrario
donde quieren que more cual condenado reo,
pues no quieren que juzgue en sus asuntos raros
Y quieren limitarme al interior del templo.
Me molesta esta Iglesia que duerme con sus cantos
la voz de la justicia tan propia de mi reino,
me ofenden sus sermones con fines monetarios,
basando su arrogancia en humano evangelio.
Me duele que a mis pobres no se les brinde amparo
por los grandes caprichos de un enfermizo clero,
me hieren las legiones de niños abusados
en cualquier sacristía por los curas perversos.
Hoy lloro por mi Iglesia sumida en el pecado
Y llamo a los pastores a dejar sus excesos,
que como el buen pastor cuiden de su rebaño
Y siembren en el mundo las semillas del cielo.
Luis Salvador Trinidad
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