El felino se puso alerta. La presión atmosférica indicada por el barómetro holográfico era de 600 hectopascales.
Esto no era precisamente bueno, así que emprendió el camino a casa con celeridad, era imperativo comunicarle a su compañera que una depresión tropical de alto impacto térmico se aproximaba.
Trepó con destreza sobre el alambrado de titanio y esquivó hábilmente las baterías solares que
proporcionaban energía a los drones de siembra.
Apenas entrar a la desvencijada casa de placas de acero lo recibió una caricia. Su leal compañera, la niña de la mirada de triste, le sonreía con una de sus clásicas muecas.
El gato se dejó sobar el brillante lomo de tungsteno y luego emitió un curioso e incesante pitido de gran parecido a un ronroneo.
La pequeña se llevó las manos a las mejillas para indicar sorpresa, y sin expresar palabra alguna se dirigió hacia el umbral de la vivienda.
Parpadeó dos veces y entonces los drones de siembra abandonaron sus labores en el campo de habichuelas para retornar a sus hangares. Luego se sobó la nariz con la mano izquierda, y del centro del invernadero surgió una enorme turbina que apuntó directo a los cielos.
Un estruendo espantoso inundó el lugar, provocando que el felino metálico saltara a los brazos de la
pequeña. Las nubes negras se aproximaban a la granja con rapidez, así que la curiosa pareja penetró sin chistar en su hogar y tomó un lugar frente a la chimenea solar. Se acurrucaron bajo una manta eléctrica y miraron a través de la ventana con esperanza.
Al fin, después de tantos meses, la lluvia ácida que tanto necesitaban por fin se presentaba.
J. Daniel Abrego (México)
Publicado en la revista digital Minatura 154
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