Llevaba lentes oscuros para protegerse del sol otoñal que bañaba la plaza a esa hora del día. Se había
sentado en un banco, con las piernas cruzadas y el periódico desplegado.
No abandonó la postura ni la serenidad cuando los coches policiales comenzaron a llegar con las alarmas encendidas.
De inmediato el entorno se llenó de curiosos que buscaban saber la causa de tal despliegue. Con una media sonrisa en los labios, tratando de simular el mismo asombro que el resto de la gente, lo vio salir con su habitual elegancia.
«Lindo minino», pensó con orgullo.
No era para menos, le había llevado meses entrenarlo para ese día; no hallarían prueba alguna que lo
incriminara. Conseguiría cobrar la cuantiosa indemnización cuando comprobaran que su mujer había
desaparecido sin dejar rastro.
Siempre supo que la dieta a base de carne que había ideado para su gato algún día no muy lejano sería de gran beneficio para él.
Patricia K. Olivera (Uruguay)
Publicado en la revista digital Minatura 154
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