Suena el despertador, me aseo y salgo de casa. Ayer me ascendieron y hoy me siento mucho más importante. Me cruzo con los perroflautas del bajo, luego con los chinos del bazar y con los curritos del edificio contiguo; algo me eleva por encima de ellos. Entro en el bar de siempre y respiro esa mezcla de aceite, café y sudor avinagrado. Puedo ver cómo en la cafetería de enfrente desayunan los ejecutivos de mi empresa y anhelo estar allí. Entonces repaso la mísera subida de sueldo, miro a alrededor y disfruto del olor mientras degusto mi café torrefacto.
Miguel Molina
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