En los caminos del corazón, a veces,
por salvarnos de la perdición, nos agarramos firmemente
a báculos que acabamos dejando en la cuneta
porque no eran lo que nos imaginábamos,
algún otro los recogerá por creerlos óptimos
con tanta alegría como decepción nos causaron a nosotros,
cuando entré en Internet, por mi profunda ignorancia,
creía que para publicar mis obras gratis en la red,
tenía que esperar en una cola larga de más de cien escritores,
qué gran sorpresa me llevé cuando supe
que por tener un blog no había que pagar nada,
una maestra de Orihuela
que me conocía de tiempos del Instituto,
atendió en Facebook mi patética demanda de amistad
creí yo que por verdadera piedad humana pero en realidad fue
porque su pareja la acababa de dejar
y estaba ansiosa de algo que cubriera el hueco,
sin conocerla casi nada, le concedí en mis expresiones
la categoría de hermana del alma, provocándole
sorpresa y gran satisfacción para su orgullo
pero en cuanto comprendí que podía aspirar a ti y rápidamente
le advertí que quería que solo fuéramos grandes amigos,
dejó por completo de hacerme compañía y de hablarme
como si yo ya no fuera la misma cosa,
escribí un río de correos a otra amiga, novelista postinera,
para brindarle observaciones sobre su novela
al tiempo que me desahogaba hablándole de mi soledad,
la tuve por una de las bases de mi corazón
pero con el tiempo la arranqué de él porque descubrí que ella
casi no encontraba cosa de utilidad en la sinceridad,
cuán campechanamente nos tratábamos
otra amiga que conocí en Facebook y yo,
pensaba yo que era uno de sus amigos íntimos,
de los mejores que tenía
pero solo fue la simulación de una enferma mental,
que urdía estrategias para hacerme sufrir lo más posible,
seguro que todas ellas cuentan ahora
con quien las pueda querer y complacer más que yo,
como seres humanos que son, encontrarán quién les sea afín
y pueda disfrutar de ellas pero en mi vida, ya no son nadie
y aunque tú eres mujer como ellas
y como a ellas, te he conocido en Facebook,
un infinito abismo te separa de ellas
en la índole de mis emociones.
Luis Rafael García Lorente
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