Bajé las escaleras pensando
que ojalá nunca terminaran
los peldaños que saltaba de
dos en dos porque esa vez
pensé que al final de todos
esos escalones toparía de
bruces con el abismo fatal
de la palabra terrorífica de
afiladas garras que nunca
debiera pronunciar y que
no era otra que soledad.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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