Un suspiro añorante
lanza fragmentos fugaces sobre tu recuerdo.
Un antes y un después se confunden
y sus límites funden
hacia un milagroso momento,
tan eterno e imborrable como el tiempo.
Conocí tu espíritu antes de que llegaras,
antes de que nacieras, abracé tu alma con mi corazón,
te amé antes de verte,
y las lágrimas del reencuentro
se bañaron con sangre y con sudor.
Despiertan nuevos sentidos ante tu presencia,
la vida cambia en un momento:
ahora puede ser blanco
lo que antes era negro.
Y la vida pasa ante mis ojos
a través de tus risas y tus descubrimientos.
Saboreo cada regalo que me das
sabiendo que es único y no se repetirá.
Mi corazón ríe con tu risa,
mi corazón llora con tu llanto,
todo es posible, tu imaginación desbordante me contagia,
contigo veo elefantes volando.
Hoy reclamas mis brazos, mis besos,
y aunque sé que marcharás,
me colma tu ternura cuando te cobijas en mi pecho.
Hoy pides mi aprobación, pides mi consejo,
Y aunque sé que partirás,
carcajadas ríen en mis ojos, pues en ti veo mi reflejo.
Así como existen estrellas que su luz regalan
sin a cambio pedir nada
y aunque no podamos verlas allí están,
así seré yo, una brillante estrella que su luz regala incondicional:
aunque a grandes distancias estemos
conmigo siempre podrás contar.
Un día conoceré la paradoja
de la comunión del dolor y la alegría,
cuando abra sus puertas ante ti el mundo
e intrépido acudas a su encuentro
a vivir tu nueva y apasionante vida.
Mas no habrá alegría más grande
que verte crecer y echar raíces en tus principios, en tu corazón…en otro corazón.
Seguiré con mi vida,
mis inquietudes, proyectos y mi amor, ocuparán mis días,
pero siempre tendré un rincón de mi alma
que respira el aire que respiras,
y que anhela que llegue el día
de tu abrazo, de tu regreso.
El día que susurrante me digas al oído,
“madre… he vuelto”.
María Turiño García
Accésit Premio Diego de Losada 2014
Publicado en la revista Carballeda 47
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