jueves, 2 de julio de 2015

LO LLAMAN ANSIEDAD


 Querida mía:
 Hoy me he vestido con más ganas que nunca para acudir a nuestro encuentro.
 Mientras me iba colocando las prendas con el rigor exigido por la concordancia, contrastando colores y pensando en los tejidos en función de la temperatura, la autonomía de la memoria, igual que otras veces, corría vertiginosa como una moviola que me situaba en el marco de la sala de baile
del pueblo, allá por 1.944.
Recuerdo que para la ocasión me puse, por primera vez, un traje de hombre que hizo sucumbir definitivamente la adolescencia. Pero mi recién enterrada pubertad no capituló por la hombría que imprimía la vestimenta, no, se rindió ante ti y por ti, porque juro que cuando te encontré allí, formando racimo en medio de la sana alegría que propiciaba la música, no vi a nadie más. Sólo tú como la luz de un faro atrayéndome.
 Reías sentada en uno de los bancos pegados a la pared que bordeaban la pista, junto a varias jovencitas y mujeres de más edad, a la espera del hombre que hiciera de pareja de baile por unos instantes. Tu risa sonaba como música agazapada en los pómulos levemente dibujados de la cara –
redonda y dulce-, y tu sonrisa se imponía sobre la carcajada delatora contenida, con cierta dificultad, tras los intersticios de los dedos que cubrían tus labios. Tus ojos, ni grandes ni pequeños, me parecieron dos centellas sugerentes y vivaces que se clavaban en los míos, profundos y asustados, emitiendo un mensaje de aprobación y de llamada. Y tu pelo, negrísimo, peinado con sumo gusto, me pareció la seda nocturna más provocadora que soñara mi tacto. Sólo supe que mi perfil deseaba enterrarse para siempre entre ese cabello de satén que orlaba tu rostro.
 Dicen que soy un hombre guapo… ¡Qué tontería…! Bueno, lo soy, a qué falsas modestias. Te fijaste en mí de inmediato, o yo soñé que me distinguiste entre lo que parecía celaje blanquecino exhalado por la pared de color verde, que no era otra cosa que humo concentrado en la sala; y esa distinción que me otorgaste sobre los demás, desbancó la poca estremecida arrogancia que me quedaba como arma de supervivencia masculina en lances de amor.
Nos enamoramos hasta el fondo. Aquel inicial encuentro en el baile nos enlazó para siempre. Corría el 1.944 y una vida se abría ante nuestros anhelos como un regalo inmenso.
 Hoy llueve, cosa que viene mejor al campo que a nosotros, pero esto no es óbice para llevar a cabo nuestra cita, que por nada del mundo deseo posponer. Estoy anhelando llegar hasta ti y contarte lo que me bulle en el pecho. Sólo tiene que oscurecer un poco más para estar tranquilos en ese
encuentro por el que vivo, cifro el sentido de cada día y es única razón para levantarme de la cama.
 La impaciencia se me encabrita en el tórax; una lenta, pero creciente agonía me embriaga, y un miedo sordo se me cuelga del busto con garras de felino. Lo llaman ansiedad: “Ansiedad de tenerte en mis brazos…”, dice el bolero y digo yo.
 Concluiré esta carta y cenaré un poco. Es mejor ir con el estómago apaciguado –consuela-, que luego pasa lo que pasa, pues a medida que voy llegando hasta tu morada se me va encogiendo como si dentro de él llevara un indigesto leviatán por inquilino; un habitante perverso que me tortura hasta casi perder el conocimiento… Lo llaman ansiedad, ya lo he dicho…
 ¡Ah, mujer, qué poco vale el tiempo sin ti! Pongo la fecha, doblo la carta… Allí te la dejaré junto a las otras.
 Son las nueve y ya todo es opaco. Voy a tu encuentro.
 A ver si tiene pilas la linterna. Sí, todavía alumbrará unas cuantas citas más. No todas las calles del pueblo cuentan con luz eléctrica. Se habla de un nuevo tendido de red por los extramuros. ¡Ojalá sea pronto una realidad!
 La linterna me es imprescindible, sobre todo cuando no hay luna, para poder colocar bien la escalera en la tapia del cementerio y así llegar cada día hasta donde yaces, mi vida.

 1º Premio Cartas de Amor y/o Desamor Huétor Vega 2009
Julia Gallo Sanz -España-
Publicado en la revista Oriflama 26

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