Y te vas con el alba oscura,
sin apenas dar tiempo al clarear,
dejándome prendido de tu aroma,
del brillo lujurioso de tus ojos,
del terciopelo que habita en tus dedos,
del calor que prendía en tus manos,
del timbre acaramelado de tu voz.
Y caminas altanera sin girar la cara,
ofreciéndome solo la espalda
mientras me niegas el resto de tu templo,
cerrando a tu salida la puerta
que para ti está eternamente abierta.
Y mientras yo quedo tendido en la cama,
con rictus de tristeza en la mirada;
pues interminables se hacen los momentos
en los que te busco en el aire y no te siento,
o cuando neciamente intento aspirarlo
y ya no encuentro tu olor almizclada
inundando siquiera tu lado la almohada.
Mas en mi pecho trotan raudos alazanes,
cuando escucho de nuevo en la escalera
el sonido cantarín de tus tacones
que me indican que tu tiempo de ausencia pasó
y que un día más persisten mis ilusiones…
Isidoro Giménez
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