Un día amanece el sol y el mar infinito se pierde en mis ojos.
Caminé y mis pasos se hacían largos, las cuadras cortas y las piernas fuertes ya empezaban a rugir.
Un suspiro en mi vida ansiaba con locura, mi amarga salida no me deja respirar, todos mis intentos fracasaron.
Y fue ese día que al mirar tus ojos liberé mi alma.
Alma rota de deserción y pegada con la cera del tiempo.
Y fue ese día que las huellas las deje en la arena sólida con mi sombra y mi alma.
Y fue ese día en que el silencio me dio la mano.
Hoy le doy gracias hacia ese día.
VINICIO OBANDO -Ecuador-
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