Fijé mi residencia en el camino,
al frente de la cruz que nos observa,
callando la verdad que nos reserva
la curva que nos vende pan y vino.
Aquel tono de piel, aquel cetrino
que habla de morir tras la minerva,
se dió en el silencio, por ser sierva
de quién hubo finar sin un padrino.
Aquella curva, mácula desierta,
cartera de valores olvidados,
descanso de rabiosa y negra puerta.
La Dama de bellísimos tocados,
espera mucho tiempo, muy alerta,
la sed que sufrirán los esperados.
Julio G. del Río -Valencia-
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