domingo, 4 de noviembre de 2012

POSTAL PARA CISNEROS


Por  Néstor Colón

Concluida la entrevista me sumerjo de lleno en la ciudad. Dispongo de nueve horas antes de la partida del avión. Camino, camino por todo el centro de Lima, sin ton ni son, sin recorrido fijo, sin tomar puntos de referencia. Salgo, literalmente, a perderme en la ciudad, a la deriva del capricho y el deseo.  Alrededor de las cuatro de la tarde, luego de un opíparo almuerzo, yendo por una callecita tranquila y casi deshabitada, desemboco en Avenida Abancay. Por un momento imagino que toda la población de Latinoamérica se ha dado cita en esta esquina. De inmediato me veo arrastrado por ese torrente humano: roces, empujones, sudores, ruido, todo indica que mis sentidos van a tener trabajo extra. A poco de caminar por la avenida comienzo a advertir su extraña geografía. En la vereda, puestos de comida provistos de una precaria cocinita aportan un humo intenso y un fuerte sello aromático. Y no es poca la gente  que come de parado mientras esquivan con diestros movimientos de cintura la marea de transeúntes. Estos curiosos comensales, armados de una especie de compotera en una mano y un tenedor o cuchara en la otra, a pesar de las incomodidades parecen  estar degustando la última cena, sus caras de placer despiertan mi curiosidad gastronómica. Una mujer muy vieja, mientras revuelve el
contenido de una cacerola, me recita las opciones: Anticucho de corazón de vaca, Tallarín con chanfainita, Chicharrón de pescado y mariscos. Prueba, prueba –me arenga. Y no puedo evitar pensar en la polisemia de sus palabras. De un empujón  un morocho robusto me saca del apuro y me devuelve al tráfago humano que compite en densidad con en el de calle. Los automovilistas clavan sus frenos a escasos centímetros de los peatones. Legiones de taxis amarillos realizan maniobras propias de una pista de circo en busca de  pasajeros. Un concierto de bocinas se adueña del aire y parece afinar con los gritos indescifrables de los cobradores.  (Cortadores de boletos que, a voz en cuello, recitan recorridos y destinos de cada colectivo). Desde una garita plantada en el medio de  la avenida, un policía gesticula y ejecuta un desesperado solo de pito buscando poner un poco de orden al caos vehicular. Colores, olores, sabores, bullicio conforman la abultada escenografía de este teatro urbano…
Ahora que el sol comienza a ocultarse detrás de un cerro y las baldosas, bajo mis pies,  pierden la precisión de sus contornos,  recuerdo que algo tenía que decir sobre la poesía de Cisneros. Comprendo que ya es tarde, que no tengo espacio, que, además, resulta innecesario, que entre el cielo y la tierra, en cualquier ciudad,  una serie de matices ininterrumpidos seguirán dando testimonio sobre ella.

Publicado en la revista Lamás Médula

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