sábado, 10 de noviembre de 2012

OTRA VEZ SERÁ...


Lo sabía desde que lo pensé.
Tenía la certeza de que no podía salir de mi condición de pobre.
¿Cómo decía la abuela? “Pobre de solemnidad”. ¿Cómo serán los pobres que no son solemnes?
Me pasé horas vigilando el banco, aguantando fríos y calores porque pensé que iba a dar la solución a mi vida.
Seguía los movimientos de los posibles candidatos. Anotaba horarios, rutas de ida y venida, su rutina, esa que todos queremos romper pero no podemos salir de ella.
Me deleitaba soñando con lujos, placeres, viajes, todo cinco estrellas. ¡Lo más!
¡Pobre el vejestorio! Ése si que se salvó de no ser la víctima propicia.
Cuando me di cuenta que lo que retiraba no podía cubrir mis quimeras de estrella del jet-set, lo taché de mi lista.
Pero, apareció el pibe. Era justito lo que yo pretendía.
Seguro que lo habían elegido por su cara de “estúpido recibido”. Pasaba desapercibido, y eso era lo que lo hacía el blanco perfecto.
Siempre llevaba un gran sobre de papel madera, puntualmente todos los viernes, con la recaudación de la semana de una firma muy importante y en dólares. ¡Buena plata!
¡Pero que bajón! ¡Perdí como en la guerra! Para ser ladrón quería serlo a lo grande. Toda la honestidad de una familia tirada por la borda, pero por algo que lo justificara. ¡Qué fracaso! ¡Total!
Tengo los astros en contra. Perdedor nato, eso es lo que soy.
No lo lastimé cuando le arranqué el abultado sobre, aunque cayó al suelo. Tampoco me vio.
En la policía declaró que lo que llevaba ese día era la devolución del almuerzo del contador y otros empleados, que no era lo que habían pedido.
Abrí el paquete, vi los seis pebetes de jamón y queso.
¡Para morirse!
¡Bueno, otra vez será...!
Y bueno, otra vez será...

María Enriqueta Roland -Argentina-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 54

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