martes, 6 de noviembre de 2012

LA MAGIA DE “CASABLANCA”


No es una exageración decir que “Casablanca” es una de las películas más impactantes de todos los
tiempos. Sus escenas, diálogos y la inmortal canción que la caracteriza ocupan un lugar destacado en la galería de obras-íconos del cine norteamericano.
Ella conjuga varios elementos muy románticos: el Oriente misterioso, la guerra, Francia ocupada, un líder resistente (el hombre indispensable) necesitando escapar, un gran amor, un bar con piano y lleno de humo, un anfitrión desencantado y, sobre todo, una gran renuncia al amor en nombre de los valores colectivos.
De vez en cuando los cinéfilos nos llevamos una enorme sorpresa cuando una buena película del ayer
vuelve a los carteles como si fuera un estreno del presente.
Y eso es lo que ha sucedido con “Casablanca”, ahora otra vez, en estos días, en las pantallas del mundo, a 70 años de su estreno.
“Casablanca”, en estricto sentido cinematográfico, no se distingue mucho de otras películas de su tiempo pero es la más famosa, la más citada, la más reconocida, la repiten siempre por la televisión y llegó a ser un ejemplo paradigmático de un Hollywood idealizado e inmortal. De hecho, cuando la película se estrenó en 1942, nadie hubiera imaginado el éxito rotundo que tuvo y todavía tiene. Quienes la hicieron sólo pensaban en ella como un producto más.
El argumento de este filme no nos sorprende, su narración es lineal, abunda en situaciones ya conocidas
y tratadas en el cine, desde el punto de vista estético es formal o sea que, objetivamente, Casablanca no
aportaba mucho en realidad. Inclusive cayó bajo los riesgos de la improvisación ya que en muchos momentos de la filmación no se sabía cómo iba a terminar.
Entonces ¿qué hay de sustancial en “Casablanca” para permitirle haberse proyectado como uno de los
grandes clásicos de todos los tiempos? Buenas actuaciones, una excelente música y una historia de
amor no consumado. Pero además, la fotografía en blanco y negro de Arthur Edeson y la dirección de
arte –brillante– de Carl Jules Weyl. “Casablanca” tiene un clima único de sofisticación, de conflicto y
también de intimidad. ¿Como no dejarse deslumbrar por Humphrey Bogart y su ácido Rick? Como no compadecerse del sufrimiento de Ilsa? Y ¿por qué no decirlo? ¿Cómo no solidarizarse con la causa
francesa, odiar a los nazis y divertirse con un oficial dueño de una asombrosa dualidad que continuamente hace ácidos comentarios? Y eso sin hablar de los personajes secundarios: el eterno amigo Sam (Dooley Wilson), la hermosa Ivonne (Madeleine LeBeau), el malandrín Ugarte (Peter
Lorre) y el malicioso Señor Ferrari (Sydney Greenstreet)? Filmada durante la Segunda Guerra Mundial, la figura de Humphrey Bogart se torna gigantesca en todo el desarrollo. Es el rasgo principal de la película, un hombre americano, ni bello ni feo, desagradable la mayoría de las veces, aparentemente distante de todo y de todos. Rick es el arquetipo del perfecto anti-héroe, que ya venía desarrollándose paralelamente en el "cine negro".
La acción se ubica en la ciudad de Casablanca, Marruecos, entonces bajo dominio francés. La ciudad se encontraba en un punto estratégico y era una ruta de escape para quienes huían del avance nazi en Europa. Como los fugitivos del régimen de Hitler no podían lograr un pase que los llevara a Londres y viajar desde allí a América, optaban por este complicado “transbordo” que les permitía escaparse hacia su objetivo vía Lisboa. Rick es dueño de un popular café que sirve como punto de encuentro de las diferentes culturas que caminaban entonces por Marruecos -franceses, americanos, británicos, alemanes, etc. La carga dramática comienza cuando llegan al café Victor Laszlo (Paul Henreid), un líder de la resistencia checa, y su esposa Ilsa Lund (Ingrid Bergman), fugitivos que tratan de obtener un pasaporte a Lisboa.

Y la complicación de la trama surge con el encuentro entre Rick e Ilsa, quienes habían sido amantes en París antes de la guerra. Y de aquí surge el dilema de Rick: recuperar a la mujer amada u olvidar la
tortura de este acercamiento y ayudarlos a escapar. “Casablanca” responderá a ésta y otras preguntas.

La historia se construye hábilmente en torno a un triángulo amoroso que da vida a una narración que
pretendía al mismo tiempo destacar un hecho histórico.
La exaltación romántica es superlativa, con episodios y diálogos de bella intensidad dramática. Las
interpretaciones tienen en toda la película un continuo ascenso hacia niveles más altos y la banda sonora
también contribuye decisivamente a la inmortalización del medio ambiente, porque la música ayuda a crear el microcosmos que es, después de todo, el café de Rick.
Y de ese café surge, desde el teclado de Sam (el actor y músico Dooley Wilson), una inmortal melodía
que ha hecho las delicias de muchas generaciones: “Según pasan los años”.
Pero la producción apunta, en un nivel más encubierto, a destacar la posición de Estados Unidos respecto a su participación en el conflicto mundial. En gran medida, el café y su dueño pueden entenderse como un símbolo norteamericano y, más específicamente, una metáfora de la reacción inicial del país ante el avance de Hitler.
Aunque los europeos deseaban la entrada de EE.UU. en el conflicto, eso no sucedió hasta junio de 1942, cuando los estadounidenses declararon la guerra a las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón). Y es en “Casablanca” donde este conjunto de fuerzas aparece retratado. Rick, con la posición inicial de neutralidad, emerge como un espectador pero al mismo tiempo como una figura que se destaca, ya que -como anunciaba el título original de la película "Everybody Comes to Rick"- todo el mundo quería que Estados Unidos participe más activamente en el conflicto, olvidando su neutralidad.
El heroísmo de Rick / Bogart se confirma al final, cuando abdica de su amor en nombre de los intereses colectivos. Su buen carácter, por supuesto, se confirma con esta actitud de participación activa en el conflicto. Pero destaquemos que “Casablanca” tiene uno de los finales más dignos y más anti-Hollywood, en una época en que eso era inimaginable, ya que mantuvo separados a los amantes, tocó
temas políticos y colocó a grandes nombres en papeles secundarios separados.
Como vemos, sólo el cine asegura la magia a través de las imágenes casi perfectas que nos da, aunque ellas provengan de una historia de amor artificial.

ALBERTO PEYRANO
Publicado en la revista Estrellas Poéticas 50

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