martes, 6 de noviembre de 2012

EL CASTILLO DE NAIPES


Era ladrón y bello. Nos ponía
las cartas de trampear sobre la mesa.
Se podía apostar. Si uno quería
le jugaba jugando la inocencia.
Pero él nos advertía. Preguntaba
si estábamos seguros, si la apuesta
no haría daño a nadie y si podíamos
pagar nuestra inconciencia.

Nosotros, ese pueblo presumido,
amarillo de trigo, harto de vides,
petroleros a ciencia y a conciencia
creíamos aún que bien valía
tirar canas al aire, usar el crédito
a cuenta de los pobres que pagaban
con su trabajo nuestro aburrimiento:
las misas del domingo, las comidas
estrepitosas de la parentela,
el sexo cotidiano, el perro en la plaza muerta.

Era hermoso el ladrón. Tiró las cartas
y nos ganó, de uno en fondo, las cosechas,
el tractor, el ganado, los galpones,
el forraje, la aguada, las viviendas
y cuando habíamos perdido todo
y ya , matar el ocio, no era fiesta,
nos dio crédito, plazos, intereses,
contratos y dogales, hipotecas
de este siglo hasta el otro de manera
que ya nadie se aburra y todos jueguen
el póker mágico de latinoamérica.

Se fue, llevándose hasta los suspiros,
pero dejó en la mesa su tarjeta:
Fondo Internacional. Así de simple.
Y Wall Street a secas.

Armando Tejada Gómez, Bajo estado de sangre
Publicado en la revista Isla Negra 331

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