(I)
Ya sola por la calle, en la terraza,
o arropada en la masa del gentío,
avizoro tu piel, no el atavío,
elegante o vulgar, que la disfraza.
¿De qué sirve la tela que te abraza,
si a la vez desfigura el poderío
de tu apariencia natural y brío?
Te contemplo tal cual, de pura raza.
Así te contemplé, y aprendí a amarte,
dulce pantera, al natural, sin arte,
ni artificio, que mengüen tu figura.
En desnudez total, como las rosas,
los álamos, el mar, las mariposas,
en pureza vital, sin envoltura.
(II)
Y sin embargo, al regresar a casa,
con tu imagen, a cuestas de la mente,
tan abrazada a mí, te siento ausente,
nube ligera que a lo lejos pasa.
Mi vida oscila entre aridez y brasa,
lo que tengo sin ti, y lo que el torrente
de tu presencia junto a mí, yacente,
hasta el fondo del alma me transvasa.
Lo llaman soledad y compañía,
el deseo, no más, de hacerte mía,
frente a la infortunada realidad.
Llevo un sueño en las manos, que me inflige
placer, dolor, angustia, y que se rige
por tu ausencia de sensibilidad.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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