sábado, 3 de noviembre de 2012

DE LO QUE NO SABEMOS


¿No es cierto, ángel oscuro, que atravesamos el tiempo al igual que las estrellas fugaces rasgan el velo del firmamento, sin dejar nada a nuestro paso salvo una estela leve que desaparece rápidamente? ¡Ah, demonios de la conciencia que herís sin pausa al pobre mortal que se pregunta, cuando cesa en sus espasmódicos movimientos y, en la quietud de la meditación, siente un vacío interior que debe rechazar porque implicaría su condena!

Hay más cosas en la tierra de las que podemos conocer, Horacio, y más cosas dentro de nosotros de las que queremos reconocer. El tiempo las va desmadejando, como parca infinitamente paciente que no se aparta de la rueca donde se tejen todos los sueños y las pesadillas, las realidades y las metamorfosis, los pasados y los futuros en ciernes. El Tiempo, la palabra indefinida a la que pretendemos imponer unos límites, marcar unos números en donde se contenga... medir lo imposible, lo que carece de mesura.

Araño el cristal del espejo del reflejo de una sombra, floto sobre mí mismo, contemplando un cadáver de un viejo roble hendido por el rayo, y Ella, ángel oscuro, toma mi mano y la aprieta con firmeza. Lo viejo yace sobre un camastro, y una luz brillante rodea el nacimiento, lo nuevo que surge, cual ave Fénix, de las cenizas y el aprendizaje llameante del pasado fenecido.

Francisco J. Segovia -Granada-

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