jueves, 1 de noviembre de 2012

DE CONEJO DE GRANJA A CONEJO DE BOSQUE


Érase una vez un conejo pequeño de granja que vivía felizmente en una cómoda jaula con sus padres. Cada mañana y cada atardecer, el granjero les daba de comer y de beber y no les faltaba nada. Era una forma de vida agradable, pero un día su granja se incendió, lo que les obligó a huir hacia el bosque, donde iniciaron una nueva vida. No obstante, nuestro conejito no estaba muy conforme con la nueva situación porque echaba de menos su granja.
En el bosque sus padres construyeron una madriguera de la que, al principio, nuestro amiguito no quería salir. Sin embargo, un día el conejo cambió de opinión, obedeció a sus padres y se fue a conocer el exterior. En cuanto salió de la madriguera, se topó con un conejito más pequeño que él, tan pequeño que aún no hablaba, pero eso no era inconveniente para que el conejo, más pequeño que nuestro amigo, quisiera que jugaran juntos.
‐¡No me gustas mucho!‐ protestaba nuestro amigo‐. Eres un conejo tan pequeño que todavía no hablas, sólo sabes correr y saltar.
Como, afortunadamente, el conejo pequeñito aún no entendía el lenguaje hablado, no podía comprender las quejas de su amigo. Además, estaba lleno de ilusiones y no paraba de brincar alrededor de nuestro amigo, animándolo a descubrir los prados y las montañas.
‐¡Déjame tranquilo!. Yo no quiero ir a otro sitio que no sea mi granja. Y no me señales las zanahorias y la alfalfa. ¡No me gustan!. Prefiero el pienso de la granja que nos daba el granjero. Tú no eres más que un conejo de bosque. Yo, en cambio, soy un conejo de granja.
Pero el conejo más pequeño no entendía nada y continuaba insistiendo en que se fueran juntos hacia el interior del bosque, hasta que lo consiguió.
‐Ve con él, pero no os alejéis mucho –le advirtieron sus padres.
Así que el conejo protestón siguió a su amigo, el conejo más pequeño, perseguidor de una mariposa que no cesaba de volar.
‐¡Vigila! ¡No corras tanto!¡Te caerás!‐.
Pero él no paraba de correr detrás de la mariposa.
Los tres se toparon con un río y la mariposa continuó volando sobre la superfie del agua. Esto obligó a detenerse al conejo pequeño que la perseguía.
‐¡Suerte que te has parado! –exclamó el conejo mayor‐. Un poco más y te caes al agua.
En ese instante, sobresalió entre la hierba del agua la cabecita de un pez que iba a saludarlos.
‐¡Hola amigos!‐.
‐Yo no te conozco de nada –le dijo el conejo protestón.
‐Esto no impide que me devuelvas el saludo. A quien yo conozco es al conejillo que viene con􀆟go.
‐Perdóname. Hace poco que he empezado a vivir en un entorno totalmente diferente al que estaba acostumbrado en la
granja y estoy inquieto y me siento un extraño...
‐Tranquilo, ya te acostumbrarás. –le respondió el pececillo.‐ Nosotros somos tus amigos.
‐¿Cómo podemos ser amigos, si somos tan diferentes? Nosotros vivimos en tierra y tú, dentro del agua –le respondió el conejo mayor al pez.
‐Que seamos diferentes no es razón para no intentar entendernos y enriquecernos con otros puntos de vista y formas de pensar diversas –le manifestó el pez.
‐¿Ah, sí?¿En qué podemos ayudarnos? –le preguntó el conejo.
‐Por ejemplo, avisándoos de que volváis a casa porque está empezando a oscurecer.
‐¿Cómo nos iremos de aquí? –se lamentaba el conejito‐. Seguro que mi amiguito no sabe volver a casa, es demasido pequeño para conocer el camino y yo tampoco me he fijado.
‐No pretendas tenerlo todo bajo control –le advirtió el pez –y déjate ayudar. A veces, hay que contar con el factor inesperado...
‐¿Cuál? –le preguntó el conejo.
‐Con mi amigo, el gusano de luz. Él os ayudará a volver a casa, cuando haya oscurecido.
‐¡Gracias!.¡Qué bien!.
‐¡Gracias a vosotros y volved a visitarme al río!‐.
‐¡Claro que lo haremos!¡Adiós!‐.

María Jesús Verdú Sacases
Publicado en la revista LetrasTRL 51

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