Esos aires suavecitos
que atraviesan sus esquinas,
acarician sus paredes
encaladas de salero
y sus piedras ostioneras
de señorío y marinera.
Y al cambiar mi rumbo ahogada,
me dejó sus aires bruscos.
Le llamaba ¡traicionero!
me sentía a disgusto.
Pero, qué haría yo sin él
sin mis aires gaditanos
que enloquecen al que viene,
si por él mezclé sus aires
con las brisas de otras tierras
y la danza pasajera
se afincó en los bloques claros,
los oscuros se quedaron
ocultos, allí… donde
no hay enamorados.
Yolanda Aldón -Barcelona-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 54
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