Nos hablaron en clases y sermones
de preceptos, renuncias y barreras,
del asalto frontal de ciertas fieras,
del control de las propias emociones.
Fue tiempo de temor y frustraciones,
llamas amenazantes en calderas
de aceite hirviendo, en que almas plañideras
lamentaban sus propias transgresiones.
Crecimos, se nos fueron diluyendo
los miedos, y el confín de lo tremendo
fue horizonte perdiéndose de vista.
Y al descubrir al fin que las mujeres
eran obra de Dios, a sus placeres
orientamos nuestra ansia de conquista.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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