sábado, 22 de septiembre de 2012

SU PRIMERA SALIDA


Noche casi cerrada, y sin embargo ella parecía tomarse todo el tiempo del mundo, silbando bajito, provocadora. Sola frente al espejo, hacía rato que estaba vestida, si es que puede entenderse por tal a unas medias caladas, oscuras, por debajo de la minifalda ceñida, y a esa escotada blusa roja. Todo de un brillo escandaloso.
¡Oh, era la primera vez que saldría! Su mejor amiga, ya veterana en esto, le había dicho que todo resultaría fácil, que no se preocupara; el asunto era sólo debutar. Que algunos hombres a veces la hacían difícil, pero sería tan solo cuestión de acostumbrarse. Eso sí, cuidado con los viejos tramoyistas, babosos sin escrúpulos. Debía pararse, bien plantada, en el lugar más oscuro y esperar, careteando un poco. Luego de la primera noche, todo seguiría sin problemas.
Se aplicó un par de cremas en la cara, para después esfumar aquellos polvos coloreados sobre párpados y mejillas. Tenía que parecer y aparecer linda, excitante. Marcó bien la línea negra en el borde de las pestañas, que pintó y enarcó, se remarcó las cejas y se miró una vez más. Tomó el pincelito y se dio ese par de toques rápidos hacia los bordes externos de ambos ojos, en dirección a las sienes. ¡Bien, ahora estaba mejor!
Orgullosa, recalcó una gruesa banda carmín en su labio superior y después, en el de abajo, otra similar. Apretó ambos labios apenas una primera vez, pero no se conformó. No estaban perfectos, debían verse aun desde bien lejos y con escasa luz. Los repasó otras dos veces y volvió a juntarlos para uniformar el color, agresivo y sensual. Ahora sí.
Y tomó los aros dorados, baratos, aunque enormes y brillantes, que definirían bien su contorno facial. Sacudió el largo pelo, que caía lascivo sobre sus hombros desnudos; lo acarició atrás y arriba, para achatarlo un poco aquí y allá. Regresó a mirarse con ojo crítico y se vio bien. Tenía un rostro hermoso: un argumento capaz de seducir a cualquiera.
Por si acaso, se alejó y se contempló en otro espejo, más grande, para cuerpo entero. Desprendió un par de botones de la blusa para darse un aire de mayor seducción y se palpó apenas, con la yema de un dedo, el pecho por debajo del cuello. Y luego, el viejo libreto: se paró de costado, apretó las manos bien abiertas a la altura del estómago y las fue bajando hacia la falda, mientras levantaba el busto... y probaba la pose conocida, incitante, que realza la cola y endereza la espalda. Al fin, se acomodó mejor el sostén para aparentar más volumen. Sí, estaría irresistible, nadie notaría su timidez innata.
Una vez más volvió para enfrentarse al espejo. Tomó su cartera, la colgó chabacana de un hombro y puso las manos en jarra, mientras volcaba el peso de su cuerpo sobre cadera y pie del mismo lado. No faltó el mohín de labios ni el guiño para sí misma. Su familia nada sabía, todo lo había manejado entre bambalinas con Ágata, su amiga y confidente. Estaba perfecta con sus tacos altísimos. Sólo entonces, se dispuso a salir.
Taconeando fuerte, caminó voluptuosa para darse ánimo. Un muchachito electricista se perdía detrás, entre cables y luces precarias, a un costado del corredor; pese a todo, no pudo menos que girar a propósito para observarla. Ella simuló ignorar que la enfocaba con lujuria y le agradeció mentalmente el piropo que, aunque lascivo (o quizá por eso), la hizo sentir más segura. Estaba perfecta, no sólo según sus propios ojos.
Así continuó por el largo pasillo, acometió unos pocos escalones, caminó un trecho y se detuvo donde corría menos luz. A los pocos minutos, apareció una silueta. El hombre se mantuvo un tanto alejado, mirándola de reojo. Mantenía la cara de perfil, mas un instante después la volvió hacia ella con un guiño que remató con silbido acorde, sutil, ahogado, confirmando su aspecto de mujer fatal. Ella sonrió, satisfecha para sus adentros.
De pronto, el imponente telón se alzó; ambos respondieron con una leve inclinación a los aplausos provenientes del magnífico y elegante teatro, tragaron saliva, ¡y se dispusieron a representar la obra que tantos ensayos les había exigido!

“Su primera salida” (cuento): Tercera Mención en el Concurso Homenaje a Manuel Mujica Láinez, de la OPYC. Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2 de abril de 2005.
Héctor Zabala 
Publicado en el blog hector-zabala.blogspot.com

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