San Fernando, 20 de septiembre de 2012
Hay días especiales, días que nos hacen soñar y nos llenan de felicidad. Es el día de nuestra boda, cuando nos nacen los hijos, o aprobamos unas oposiciones por las que hemos luchado largamente con denuedo y sacrificio. Es también cuando alcanzamos una importante meta, que creímos casi una ilusión, o realizamos ese viaje que soñamos desde nuestra juventud. A veces, algunos de estos días nos cambian la percepción de la realidad y hasta el rumbo de nuestra existencia. Pero también hay días mucho menos trascendentes, se diría que son casi iguales a los demás de no ser porque algo nos llena de un profundo bienestar que nos desborda y escapa de ese recipiente que somos nosotros mismos. Además esa satisfacción tiene la facultad de irradiar a los que nos rodean, de hacerlos a ellos también felices.
Ayer fue uno de esos días. Algo más de dos años después de ser escrita, publicada y puesta en escena por primera vez, la obra de teatro “La isla de la libertad” se representó en el Teatro de las Cortes. Aquello que nació casi como un divertimento -pretendía enseñar la historia a los niños través del teatro y el verso- y como un compromiso, primero con mi mujer, directora del CEIP REINA DE LA PAZ, y después con la Oficina del Bicentenario Isleño, llegó al espacio más mágico e imperecedero que hay en la ciudad de San Fernando: el Real Teatro de las Cortes, lugar donde comenzó en España la lucha por las libertades públicas, una puerta que nos adentró sin preámbulos en la Edad Contemporánea.
Decir que sentí una gran emoción es baladí. Fue mucho más. El centro de Mayores de San Fernando, que tiene su propio grupo de teatro dirigido por Miguel Camas Bey, hizo una versión muy especial y le introdujo unos bailes y cantes que inicialmente no estaban en el guion. He de reconocer que la primera vez que la vi (esta es la tercera representación que hacen) me parecieron detalles innecesarios. Pero anoche no, anoche todo tuvo una magia especial, los detalles se sumaron para formar un todo único y de difícil disolución. Cada uno de los hombres y mujeres que participaron se metieron en su papel, con su interpretación supieron darle al texto una trascendencia que llegó al corazón de los presentes. Para la ocasión estuvieron acompañados de un nutrido grupo de figurantes que, vestidos con trajes propios de principios del siglo XIX, le dieron una gran animosidad y viveza a la obra. Ellos jalearon cada una de las frases que resonaron en el coliseo, acompañaron con su griterío y aplausos la llegada de las tropas españolas a la ciudad y cantaron con entusiasmo las canciones que salpican la obra, como “Con las bombas que tiran los fanfarrones”. Los textos estuvieron acompañados por la música del compositor Manuel Pérez Rodríguez, extraída de su musical “Duque de Alburquerque”. Miguel Camas, también se metió en el papel del glorioso y desdichado militar, interpretó uno de los monólogos que componen dicha obra.
Especialmente me emocioné cuando rememoraron los momentos que exaltaban las Cortes de la Real Isla de León y su significado: los decretos que aprobaron, lo provocador de sus actos. No pude por menos que pensar en aquellos otros diputados que doscientos dos años atrás y en medio de la crueldad de la Guerra de la Independencia tuvieron la osadía y visión de futuro de plantear una revolución pacífica a través del poder de las leyes. Sentí que sus voces eran la mía y que su espíritu seguía vivo gracias a la magia del teatro y al poder evocador de la palabra. Ayer y hoy unidos por un hilo invisible tensado por el anhelo de justicia y libertad que siempre ha unido a los hombres de bien.
Presidió la función el Sr. Alcalde de San Fernando, acompañado de varios miembros de la Corporación. El teatro no estuvo lleno, se veían muchos huecos en los palcos que rodean el escenario, pero el patio de butacas sí. A reventar. Sus gritos de entusiasmo me llenaron de una gran satisfacción. A veces Ernestina, mi mujer, se me acercaba al oído para decirme qué bien sonaba el texto, que versos más bellos lo componían. Qué arte tiene, de verdad. No estuvieron ninguna de mis hijas, que andan por estos días, cada uno por un motivo especial, por tierras del Reino Unido, pero nos acompañaba Diletta, una estudiante italiana que está pasando unos meses con nosotros. Ella disfrutó como nadie. Al final, de pie, jaleaba a las tropas españolas: “Viva el ejército español, viva la guardia salinera” cuando aparecieron por el pasillo central del teatro para dirigirse al escenario, y gritó: “Abajo, abajo” cuando se nombraba a Pepe Botella o a su hermano, el infausto Napoleón.
Decía al principio que hay días especiales, días que casi sin proponérnoslo nos llenan de felicidad. Anoche fue uno de ellos. Darle las gracias a un montón de personas que a lo largo de estos dos años han hecho posible este momento. En primer lugar a Ernestina, mi mujer, que reiteradamente me animó a escribir una obra de teatro que narrara los acontecimientos vividos en 1810 en la ciudad de San Fernando, ella quería representarla en su colegio; en segundo lugar a Pepe Quintero, coordinador y gestor de la Oficina del Bicentenario, él contó conmigo para participar en varios de los actos que se organizaron hace dos años y desde la Oficina publicó la mencionada obra, ilustrada con dibujos de Nieves Morales; gracias también a todos aquellos que ayudaron a montar esta obra con los alumnos del Colegio Reina de la Paz; y cómo no, a Miguel Camas y todo el elenco de grandes actores que supieron meterse en la piel de los isleños e isleñas de hace dos siglos para dar vida a sus voces, a sus anhelos de libertad y sentimientos.
Al acabar el acto, Miguel Camas, director de la obra y actor principal, me invitó a subir al escenario y a saludar al público asistente. Un momento inolvidable. Me pidió entonces que dijese unas palabras. Sólo pude decir gracias. Gracias por su preciosa adaptación, por su dirección arriesgada, por haber conseguido que el Real Teatro de las Cortes abriera sus puertas para la ocasión. Después fueron muchas las personas que se me acercaron a felicitarme. Apretones de mano y cálidas palabras fueron el colofón a tan magnífica noche. Y mientras tanto Diletta alucinaba. Varias veces dijo que tenía un “padre” famoso. Qué encanto de muchacha.
Publicado por
RAMÓN LUQUE en su blog remansoseneltiempo.blogspot.com
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