domingo, 23 de septiembre de 2012

JUAN, EL QUE HACÍA LLOVER


Bailaba, sintiéndose triste y miraba sin ver. Su vida era una orgía de sentimientos, desvalidos casi imperceptibles pero seguros. En oportunidades se anclaba en vanidades y hacia que el aire le supiera a húmedo. Sabía respirar, sabia respirarse la vida. Así andaba buscándose la moneda sin tratar demasiado, sin desearla.

Corriendo la suerte, siempre de atrás, alcanzándola en etapas. Era feliz de a ratos y sus ratos eran eternos. Se sabía solo pero rodeado de gente que lo amaba, todos eran sus hijos. Nació un día de lluvia quizás por eso sabe hacer llover, pocas veces, solo cuando llora o esta demasiado triste se bebe el agua salada de sus lagrimas y en algún rincón del universo esto desencadena en una garua finita pero persistente que moja la tierra, nada más.

Así era Juan, callado, tímido y persistente y mágico. Su gran sueño iba adelante como una zanahoria y el iba siguiéndolo, eso lo hacia caminar hacia un horizonte definido y alcanzable, al menos eso creía. Digo, era persistente en sus ideales, hablaba cuando era necesario y no gastaba sus palabras que eran sus tesoros. Cuando hablaba sentenciaba, juzgaba y no jodía. Eso le trajo más de un problema, a el, y más de una solución a muchos.

Juan era, digo porque murió, desaparecido. Su cuerpo jamás se encontró. Es NN. Dicen que lo arrojaron al mar desde un avión militar. Dicen. También aseguran que mientras caía al vacío, con los brazos abiertos y su cara hacia el cielo, comenzó a llover, despacito, como el sabia hacerlo.  Que el verdugo-piloto miró una vez más y vio a Juan que reía. Abajo mientras el caía, junto a sus gotas el cuerpo se explotó en el mar y se hizo agua salada.

Jamás nadie encontró el cuerpo. Solo quedó de el una foto oscura, aparecida en algún diario. Parece ser que se lo trago la dictadura, como a otros miles. Tenia 26 años y era soñador nato. Su mayor pecado fue ir por la izquierda en un mundo al revés, ese no silencio lo llevó a la muerte física.

El avión se alejo, pero el piloto aun no puede dejar de pensar en ese cuerpo cayendo explotando en agua. Hasta el día de hoy tiene la risa de Juan clavada en su almita, la lleva con el a todos lados y cuando recuerda, también llora lagrimas de Juan, y despacio el universo se abre, y caen.  Una a una las gotitas que mojan la tierra, como recuerdos, como ejemplos de vida.

Ignacio Castro -Argentina-
Publicado en la  revista Mapuche 61


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