jueves, 13 de septiembre de 2012

BUSCANDO A PIRROT


El tren llegó con retraso, algo poco usual en aquella región, donde todo se llevaba a cabo con la más estricta puntualidad. Yo había quedado con Thomas Pirrot para poner en marcha el plan del sindicato, pero del tren no bajó Pirrot, y tan solo un par de pasajeros pisaron el suelo de la estación de Stuttgart, detalle este también algo raro, tratándose de una ciudad con más de seiscientos mil habitantes, pero las excepciones son las que a veces confirman las reglas.
¿Qué había sido de mi compañero y camarada? Teníamos que llevar a cabo el plan que el sindicato había orquestado para poner en conocimiento de las “autoridades” el poder del mismo, la fuerza con la que actuaba, la contundencia con la que poníamos en jaque a los medios y al poder. En Stuttgart se iba a producir el encuentro de presidentes de los ocho grandes países, había policía hasta debajo de las piedras, Europa había movilizado para este evento más de doscientos mil policías porque la organización sabía que allí se darían cita más de un millón de personas para protestar por el sistema que se intentaba imponer a golpe de talonario condenando a la miseria a la clase obrera a la que simple y llanamente, sin anestesia, y sin más, se relegaba a la categoría de esclavos del siglo veintiuno privándolos de todo derecho a una vida digna, a unas prestaciones sociales que les habían sido arrebatas en el proceso de globalización donde se intentaba imponer un solo gobierno mundial bajo el control de los lobbies financieros, dispuestos a cualquier cosa para que sus planes surtieran efecto.
Sin Pirrot me sería casi imposible llevar a cabo el plan, pero ¿qué podía haberle pasado? Estuve media hora esperando porque podía ser que Pirrot llegara a través de otro medio, bien porque había tenido que eludir algún control en el tren, o bien porque así lo había decidido el sindicato sin comunicarme su decisión por la seguridad del plan. No apareció y decidí ponerme en contacto con mi enlace en la ciudad, pero éste tampoco daba señales de estar operativo. Algo había pasado y yo no sabía nada. Así que regresé caminando hacia el centro, hice el recorrido anotando todo lo que veía en cuanto a los sistemas de seguridad que habían desplegado para la dichosa reunión de capos. Aquello era una locura. Poco a poco las calles se iban llenando de gente que llegaba de toda Europa, detalle que me recordó que era extraño que en la estación solo se hubieran bajado dos pasajeros. Más tarde me enteraría de los motivos por los cuales esto había sucedido.
¿Dónde estaba Pirrot, y qué le podía haber pasado? Eran mis preocupaciones, porque juntos habíamos llevado a cabo un montón de actos en otros encuentros del G8, y la mayoría habían tenido éxito, al menos el propósito que habíamos perseguido había sido realizado. Los medios hablaron del sindicato y de la fuerte oposición que éste presentaba al poder que hacía todo lo posible por criminalizarlo para acabar con él. Cosa que lejos de conseguir facilitaba que cada vez se uniera más gente al sindicato y que cada vez éste tuviera más fuerza.
En Stuttgart la cosa iba a ser muy cruenta, los cerca de doscientos mil efectivos se iban a aplicar con
contundencia para debilitar el movimiento, y era en ese punto donde Pirrot y yo teníamos que actuar
atacando los puntos débiles de la seguridad contratada para el encuentro, habían obviado algunos detalles importantes, y lo hicieron por subestimar nuestras fuerzas.
Ni Pirrot aparecía, ni mi enlace daba señales de vida, así que no tuve más remedio que llevar a cabo el plan, que para satisfacción mía y del sindicato salió tal y como lo habíamos planeado: volaron por los aires todos los mandatarios de una forma, por decirlo de algún modo, limpia. El golpe puso en jaque al Imperio y el sindicato se evaporó por un tiempo sabiendo que las represalias serían terribles. Yo me refugié en Isla del Diablo, y allí supe qué había sido de Pirrot y de mi enlace, así como de la cúpula del sindicato, habían sido eliminados todos por los servicios de inteligencia del poder global, pero no pudieron hacer nada por sus ocho jefes de estado, los mismos que mi atentado hizo volar por los aires. Pero como a rey muerto rey puesto, el poder global se sacudió del golpe como un perro se sacude las pulgas o el agua, y repuso a unos políticos por unos tecnócratas, el sindicato debía, de nuevo, reagruparse, la lucha continuaba.

Avalon Breton
Publicado en la revista LetrasTRL 49

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