Anochecía. Un gélido frío polar atenazaba a los caminantes. Gorros bufandas y abrigos no eran suficientes para quitar el frío les congelaba los miembros haciendo penoso su caminar.
José Antonio caminaba cabizbajo camino de su casa, ansiaba sentarse ante una humeante taza de chocolate y mojar en ella los ricos bizcochos que le había mandado su madre.
Se encontraba solo en Canadá con una beca Erasmus... Le gustaba estudiar y la soledad le importaba bien poco; siempre había sido poco comunicativo y un tanto retraído. Pero lo que estaba viendo ante sus ojos le atenazo la garganta no podía gritar estaba en Schok... ¡no era de este mundo!... no podía seguir caminando. Aquella cosa, avanzaba hacia su persona, y el miedo le impedía retroceder; un sudor frío le recorría el cuerpo.
¡De golpe tenía de frente aquella cosa peluda y repelente!
Y de pronto escuchó:
-- ¿Qué pasa hijo?... No te pares que te helarás, dijo el hombre, desembarazándose del abrigo negro de piel de oso con capucha.
Ante él un viejo cazador; con una linterna de minero en la frente, y una en cada mano, le hizo lanzar al gélido aire, una carcajada aliviando así su atenazante miedo. Que cosas...
Sofía Teresa González Piñeiro -España-
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