Y, sí, así fue, cuando en un lento atardecer, te encontré.
Aprenderé por fin a amarte y dejar de pensarte y nacerá el amor al tenerte
y existirás siempre es mi corazón enamorado, con el tibio sentir de amarte.
¿Por qué tardamos tanto en encontrarnos, para conocer el amor?
¡Tanta vida vivida! Sin presentir apenas que existías soñando en la espera
triste mi soledad que atardecía en cada madrugada, y el sol no alumbrara.
La noche vive y se despierta, en lo profundo de tus ojos amantes.
Y al fin dejaré de estrujar en mis brazos tu sombra y amaré tu piel de seda
posaré mi cuerpo en el tuyo atrapados mis sentidos en una dulce quimera.
Siento la tibieza de tus manos, que aletean y se asientan en mi pecho.
Busco en tu cuerpo y tus piernas las sombras de paraísos íntimos perdidos
entre mi lujuria y tu pudor, atrapados en locos latidos amándonos unidos.
Escucho el murmullo de tu voz, que subyuga mis silencios.
Eres como flor que ama el sol, fiel amante de su luz y sus besos de fuego
¡Tanto te amo! que necesito de tu boca, tu aliento y sé que por ti, muero.
Yo ya no existo, porque sé que mi vida eres tú.
Eres lluvia, en mis campos yermos, un oasis dulce, en mis desiertos secos
el viento tibio que aviva mis fuegos, el amor sublime de mis otoños viejos.
Y seré, en todo mi tiempo de la vida, tu amante tierno.
A tu libertad de amarme, sólo le bastarán tus susurros, y tus alas volarán
y tus primaveras ya libres, florecerán tu vida, en una nueva dicha de amar.
Y, sí, así era nuestro amor, hasta cuando en un lento atardecer, te fuiste.
Me duele mucho más la tristeza que ya no estás,
que la soledad y el recuerdo que nunca volverás.
Manuel F. Romero Mazziotti -Argentina-
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