¡Soy una piedra congelada en mis propios espacios!
Estoy cansado. Viajé distancias siderales,
esperando tu ausencia y tu huella
se borró poco a poco, tal vez porque
realmente, jamás te conocí: ¡Oh, mis orígenes!
Fui y no sé si creí ser, pero sentí calor
como extraño escarabajo de fuego,
recorriendo mi piel.
Grité expulsado del vientre de mi madre
Y dicen que nací de madrugada
Un nombre me otorgaron
y crecí como todos en la implacable
marcha de vida hacia la muerte.
Nacer es comenzar a morir
Y entre ambos extremos,
el goce de vivir, no es una mercancía
que se pueda vender en los mercados.
Clamé por la luz en las tinieblas
las piedras me dijeron que ciego es aquel
que lo ve todo, menos su paisaje interior.
Atrapado como el hombre en su desidia de no ser.
emprendí de nuevo la marcha hacia mi mismo
y supe o quizá presentí que hay valladares
infranqueables, que impiden continuar:
son los prejuicios, los que degradan
nuestra forma de ser y nos confinan a sobrevivir
en la selva y andar a como venga el viento.
Entre miedos oscuros,
nadé en la inercia: rutina y lágrima seca
en noches de olvido.
Vagué en las oscuras profundidades
de mis marismas y nunca encontré acantilados
ni bahías que avistase desde mi barca.
Marino fui en mis eternos mares de leva,
mis conflictos de arena.
Nunca avisté el puerto
que imaginé en el mapa de mis indecisiones.
De tanta pesadumbre de no ser
un terror eterno paralizó mis piernas;
congelados mis pies fui mi propia versión
de la estatua de sal en la bíblica
leyenda de la mujer de Lot.
Ahora tengo miedo.
Estoy acurrucado en la matriz de otra mujer.
Hoy cumplo nueve meses y me voy desprendiendo.
Mi memoria se borra. Lo que fui quedó atrás.
Voy saliendo de la cálida gruta- Me detengo,
no puedo respirar.
Dos manos gigantescas vienen a rescatarme
al fin ya estoy afuera, me agarran de los pies;
ensanchan mis pulmones el aire de los hombres
y exhalo el primer grito de la vida.
Oscar Perdomo Marín
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