Como rosas cardas al viento se arremolinan, giran, corren, se elevan, se unen y juntas en un alambrado se apilan.
Un paredón gris pardo a lo lejos se divisa, una organza de ramas y espinas se abrazan tejiendo un manto aplacando el frío de junio.
A sus pies, entre sus filamentos, las liebres pampas aprovechan su abrigo, crecen allí sus crías sin que les llegue la escarcha que en gotas, como abrojos de cristales; cuelgan tintineando cual cascabeles en el silencio obstinado de la noche.
El invierno se planta en el campo, la tierra se aquieta y solo el silbo del viento mece los pastos. Despiertan las aves nocturnas lanzando sus píos al llano. Su canto va acompañando a la noche más larga del año. La luna brilla en lo alto persiguiendo sueños y recuerdos idos.
La fiesta de San Juan ha llegado, una hoguera para quemar el pasado, los malos augurios se van junto al chisporroteo de las brasas. El fuego arde, arden los cardos y las llamas se reflejan en los ojos de quienes festejan entre gritos y resplandores. El frío tiembla en los rincones, hay calor en las almas y los pies siguen el ritmo de un canto pagano.
¡Quién pudiera volver a ese tiempo! ¡Quién pudiera correr tras los cardos! ¡Vocerío de niños en el campo, soportando las espinas, llenando el cuerpo de rasguños, la ropa con rastros de tierra, de pantalones hechos jirones y los retos y refunfuños de padres durante las siestas!
¡Nada de eso importa, el fuego arde y las llamas al cielo se elevan!
Olga Mary Olymar ( Argentina)
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